A principios de julio, una brutal tormenta azotó el condado de Kerr, en el centro de Texas (Estados Unidos), dejando tras de sí más de 100 muertos, entre ellos una veintena de niños, junto a un reguero de destrucción. La respuesta a lo sucedido todavía no ha quedado clara, debido a las acusaciones cruzadas entre autoridades locales, estatales y servicios meteorológicos. Algo que en España, por desgracia, conocemos de primera mano. Sin embargo, en el caso de Kerr existe un elemento extra con nombre propio: Rainmaker.
Y es que, poco antes de que estallara la tormenta en Kerr, uno de los aviones de la compañía sobrevolaba la región llevando a cabo la técnica conocida como siembra de nubes. En pocas palabras, se trata de una tecnología que busca extraer más agua del cielo de la que las nubes producirían por sí solas, depositando pequeñas cantidades de yoduro de plata en su interior. En este caso, lo que se reprocha a Rainmaker es que no equilibró los cálculos y habría provocado lluvias mucho más intensas, causando así la inundación.
Aunque en principio la técnica de la siembra de nubes no es capaz de generar tormentas de tal magnitud, la respuesta mediática y política no se hizo esperar. De hecho, algunos políticos republicanos, como Marjorie Taylor Greene, congresista de Georgia, hablan abiertamente de una “trama siniestra”. Además, se ha lanzado a proponer la Ley de Cielos Claros, que impondría una prohibición federal a la modificación climática y declararía delito la liberación de sustancias químicas en la atmósfera. Un proyecto que se enmarca en una tendencia más amplia y que trasciende Estados Unidos.
Rainmaker, la startup exitosa para controlar el tiempo
La aprobación de dicha ley, junto al rechazo creciente hacia la geoingeniería, sería un duro golpe para compañías exitosas como Rainmaker. Probablemente es la firma más reconocida en el desarrollo de esta tecnología y que consiste en rociar las nubes de yoduro de plata, ya que dicha sustancia posee una estructura molecular se asemeja mucho a la del hielo y, por lo tanto, genera semillas casi perfectas para la formación de cristales de hielo, que luego facilitan lluvias más intensas.
Gran parte de esta práctica se efectúa a través de máquinas móviles operadas a distancia. Por ejemplo, una se ubica en la cima de 2.680 metros del pico Ward, el punto más alto de la estación de esquí Alpine Meadows. Pero Rainmaker aspira a más, pues no solo busca mejorar resultados rociando directamente las nubes mediante aviones y en un futuro drones (lo que abarataría costes), sino también crear lluvia desde cero. De hecho, la firma se esfuerza en demostrar que la lluvia procede de su acción y no de causas naturales.
Con ello pretende ganarse el favor tanto de clientes públicos como privados. Y es que, aunque no resulte muy conocido, la geoingeniería se extiende por todo el mundo y cuenta con un mercado cada vez mayor. El caso de Alpine Meadows es uno, pero existen muchos más. Por ejemplo, solo en Estados Unidos, estados como Idaho o Utah destinan decenas de millones de dólares a la siembra de nubes, mientras que hace una década apenas invertían unos cientos de miles en tales programas.
Inversores privados detrás del ¿mayor poder creado?
Ese aumento de inversión en esta tecnología ha atraído a numerosos empresarios e inversores privados. Uno de ellos es Peter Thiel, uno de los más exitosos en la historia de las startups –de hecho, está detrás de firmas como PayPal, Palantir, Facebook, SpaceX, LinkedIn o Spotify–, que ahora figura como uno de los principales nombres asociados a Rainmaker.
Pero no está solo. En concreto, el pasado mes de mayo, Rainmaker recaudó 25 millones de dólares en financiación de serie A. La ronda fue liderada por Lowercarbon Capital e incluyó la participación de firmas como Starship Ventures, Long Journey Ventures y 1517 Ventures. Todos confían en que la startup logrará crear una cartera de clientes formada por gobiernos, granjas, compañías de servicios públicos y estaciones de esquí, todos ellos dependientes de condiciones meteorológicas constantes.
La gran incógnita es si realmente podrá controlar el tiempo como afirma. En sus memorias, Edward Teller, creador de la bomba de hidrógeno, recordaba cómo en el Laboratorio Nacional de Los Álamos (en 1947) –de donde salió la bomba atómica– el ejército estadounidense trabajaba en otro proyecto secreto: la geoingeniería. Una estrategia defensiva que, por ejemplo, ya se aplicó en Vietnam para intensificar los monzones con la intención de castigar al ejército vietnamita. Una operación que, según la propia defensa norteamericana, “fue un éxito”.
No obstante, a día de hoy, las capacidades de la siembra de nubes aún no resultan tan espectaculares. Los modelos predicen que el aumento de precipitaciones ronda apenas un 15%, lo que supone un avance, pero no es capaz de causar catástrofes como las de Kerr. Aun así, la tecnología continúa creciendo y quizás algún día cumpla la amenaza de Teller.