El ecosistema televisivo español ha vivido esta semana un tenso episodio cuyo detonante fue la entrevista de este lunes de Pepa Bueno al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, emitida por RTVE en prime time.
El presidente de la Corporación, José Pablo López, no tardó en salir a pecho descubierto para reclamar la victoria frente a su competidor directo, ‘El Hormiguero’ de Antena 3, que esa noche entrevistaba a Bertín Osborne.
La franja compartida entre ambos espacios fue objeto de escrutinio público, y dio pie a una batalla sin disimulo por el relato. Según José Pablo López, en el tramo horario estricto de coincidencia entre ambos programas —de 21:55 a 22:18—, la entrevista al presidente congregó en La 1, La 2 y el Canal 24 Horas a 2.109.000 espectadores, lo que supuso un 18,5% de cuota de pantalla. Frente a esto, ‘El Hormiguero’ obtuvo un 17,3% y 1.968.000 espectadores.
La cifra fue publicada con entusiasmo por López en su cuenta de X (antes Twitter), donde se jactaba de haber ganado la batalla informativa frente a la entrevista del programa de Pablo Motos. Sin embargo, desde Antena 3 no tardaron en contraatacar.
‘El Hormiguero’, uno de los pilares de audiencia del grupo Atresmedia, respondió desde su propio plató con una crítica directa. Rubén Amón sugirió que el Gobierno tiene una inquina personal hacia el espacio, mientras que Juan del Val fue más lejos al acusar a José Pablo López de manipular los datos. «Sumó tres televisiones. Cuando compite una televisión contra una televisión es una cosa; cuando sumas tres, estás, evidentemente, falseando los datos», denunció en directo, en alusión a que la entrevista de RTVE se emitió de forma simultánea en La 1, La 2 y el Canal 24 Horas.

La guerra de cifras, lejos de ser una simple disputa técnica, ha destapado una tensión creciente entre el sector público y las televisiones privadas. Y aunque la lectura que haga cada parte está evidentemente marcada por sus intereses, hay aspectos que merecen ser analizados con mayor profundidad.
LUCES Y SOMBRAS
Lo cierto es que José Pablo López ha revolucionado RTVE desde su llegada, aplicando una lógica de televisión privada a una cadena pública que, históricamente, ha sido acusada de rigidez y falta de reflejos en la lucha por la audiencia.
Pese al discreto verano de La 1, en los últimos tiempos la corporación pública ha registrado algunos avances notables. El canal público ha consolidado su segundo puesto en el ranking de audiencias, algo que no se veía con tanta claridad desde hacía años. Este ascenso no se explica únicamente por la gestión de López, pero sí ha sido favorecido por ella.
El impulso de nuevos formatos como ‘La Revuelta’, ‘Mañaneros 360’ o ‘Malas Lenguas’ ha contribuido a renovar la parrilla y atraer a segmentos de audiencia que se habían alejado de la televisión pública. A ello se suma la emisión de eventos deportivos clave, que han catapultado las cifras globales de la cadena. No menos importante es el contexto presupuestario. En plena ola de recortes en las televisiones privadas, derivada de la caída de los ingresos publicitarios, y de la histórica crisis que sufre Telecinco, RTVE ha contado con un aumento notable de su financiación pública.
Este incremento de recursos ha permitido lanzar nuevos programas, reforzar la producción propia y recuperar espacios de liderazgo informativo. Mientras los grupos privados ajustan sus plantillas y se repliegan en formatos seguros, RTVE juega al ataque. No obstante, este nuevo impulso no está exento de polémicas.
Una de las críticas más repetidas desde dentro y fuera del sector es la creciente ‘telecinquización’ de La 1. La incorporación del antiguo equipo de ‘Sálvame’ y la reiterada apuesta por espacios de corte sensacionalista han levantado suspicacias incluso entre quienes celebran la revitalización de la cadena. RTVE, una entidad financiada con fondos públicos, parece caminar ahora por una delgada línea entre el deber de servicio público y la sed de audiencias.
Además, se le reprocha a López un giro evidente hacia posiciones progubernamentales en sus contenidos informativos. La puesta en marcha de espacios conducidos por periodistas afines al Ejecutivo, como el de Javier Ruiz, ha sido interpretada por parte de la oposición y algunos analistas como una pérdida de pluralismo.
En paralelo, la creciente dependencia de productoras como Mediapro o La Osa Producciones para generar contenidos levanta preguntas sobre la arbitrariedad en la adjudicación de contratos y la falta de transparencia en los procesos.
La RTVE de López, en definitiva, se asemeja cada vez más a una televisión privada: obsesionada con el share, ágil en sus movimientos, dispuesta a arriesgar, pero también vulnerable a las mismas críticas que en su día se vertieron sobre las grandes cadenas comerciales.
Lo que para algunos es modernización, para otros es una renuncia al espíritu de la televisión pública. Y en el centro de esta dicotomía está un directivo manchado por cuatro lamparones que no oculta su intención de competir contra las privadas, aunque eso implique cruzar algunas líneas tradicionalmente consideradas inaceptables en el sector público.