Los inversores que apuestan por un recorte de tipos por parte de la Fed en septiembre podrían llevarse una decepción. He aquí por qué la posibilidad de una flexibilización monetaria es menos segura, según Lisa Shalett, Chief Investment Officer, Wealth Management de Morgan Stanley.
Desde el final del mercado bajista en 2022, el optimismo en torno a las acciones ha incluido expectativas ambiciosas de recortes de tipos de interés por parte de la Reserva Federal. La actual tendencia alcista no es diferente, ya que los mercados sitúan ahora las probabilidades de un recorte de tipos en septiembre en más del 80%.
El presidente de la Fed, Jerome Powell, señaló en su discurso anual en Jackson Hole, Wyoming, que el ciclo de recortes de tipos podría comenzar en septiembre. El Comité de Inversión Global de Morgan Stanley reconoce las presiones políticas que sufre la Fed para que relaje la política monetaria. También reconocemos que se ha producido un cierto enfriamiento del mercado laboral que podría respaldar un recorte proactivo de los tipos. Sin embargo, en general, consideramos que los argumentos a favor de una reducción son modestos y situamos las probabilidades en un nivel mucho más bajo, en torno al 50%.

La pregunta es: ¿qué problemas trataría de resolver la Fed con la flexibilización? Aquí hay cuatro cosas que no pueden ser:
1. Una economía débil
No puede deberse a un debilitamiento de la economía. Por el contrario, el crecimiento nominal del producto interior bruto (PIB) sigue siendo sólido, por encima del 5 %. La tasa de desempleo no es superior a la de hace un año, situándose solo en el 4,2 %. Las ventas minoristas siguen creciendo por encima de las expectativas de los analistas de Wall Street, y los inversores parecen confiados en que la economía sigue siendo resistente, a juzgar por el rendimiento extremadamente superior de las acciones «cíclicas», sensibles a la economía, frente a las «defensivas».
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2. Condiciones financieras restrictivas
Las condiciones financieras son las más constructivas desde mayo de 2022 y, de hecho, se han relajado desde abril. La emisión en el mercado de bonos corporativos se encuentra cerca de máximos históricos; los diferenciales de crédito (una medida del riesgo adicional de invertir en bonos no gubernamentales) siguen en sus niveles más bajos en 18 años; y la disponibilidad de crédito bancario es la mejor en dos años, todo lo cual son signos de un entorno económico fuerte y estable con amplia liquidez.
3. Mercados volátiles
La estabilidad del mercado es excelente. Las acciones están alcanzando máximos históricos, las valoraciones se sitúan en el percentil 95 en casi todos los indicadores —remontándonos 80 años atrás— y la volatilidad ha sido baja. A diferencia de lo ocurrido durante la crisis financiera mundial de 2008 o las perturbaciones del mercado de «repos» de 2018 y 2019, los mercados no están presionando a la Fed para que recorte los tipos. De hecho, la mayoría de los inversores esperan con interés la desregulación y la flexibilización de los requisitos de capital para los bancos, lo que probablemente solo liberará más liquidez.

4. Baja inflación
La inflación está muy por encima del objetivo del 2 % de la Reserva Federal, lo que podría ser un problema, pero no uno que justifique una bajada de los tipos de interés. Excluyendo los alimentos y la energía, el índice de precios al consumo (IPC) «básico» subió un 3,1 % interanual en julio, mientras que el índice de precios al productor (IPP) básico subió un 3,7 %. El impacto total de los aranceles aún no se refleja en los datos, ya que las nuevas tasas se aplicaron a principios de agosto. Los consumidores no se muestran optimistas. De hecho, sus expectativas de inflación para el próximo año aumentaron hasta el 4,9 % en la última encuesta de la Universidad de Michigan.
¿Por qué bajaría los tipos la Fed?
Algunos podrían argumentar que unos tipos más bajos de la Fed reactivarían el mercado inmobiliario, que se ha visto frenado por los tipos hipotecarios a 30 años relativamente altos. Sin embargo, la Fed solo controla directamente los tipos a muy corto plazo, mientras que los tipos hipotecarios dependen de los bonos del Tesoro a más largo plazo. Y los rendimientos a 30 años han subido, lo que refleja la preocupación de los inversores por la sostenibilidad del déficit y la deuda del Gobierno estadounidense, así como por el aumento de la oferta mundial de deuda a largo plazo, que podría lastrar la demanda de bonos del Tesoro.
Los informes sobre el empleo y la inflación de septiembre deberían aportar a los inversores una mayor claridad sobre las perspectivas económicas y la posibilidad de recortes de tipos.