martes, 26 agosto 2025

Adiós, Intel adiós

Intel ha perdido un 62% de su capitalización en los últimos años.
Actualmente, la compañía valora vender su parte rentable con el riesgo que eso supone.
La otra opción es darle entrada a Trump y al Gobierno estadounidense.

La última semana ha sido difícil para los accionistas de Intel. Por desgracia, el futuro apunta todavía peor. La situación actual de la compañía roza el desastre. Los planes de futuro de la directiva son poco motivadores (y eso ya es decir mucho). Pero los escenarios propuestos por los analistas podrían llevar a la compañía directamente a su desaparición: ya sea la moneda al aire de vender su parte rentable, valorada en 100.000 millones, para invertir en su área de fabricación de chips, o convertirse en la primera gran tecnológica pública estadounidense.

Pero antes de mirar al futuro conviene prestar atención al presente. Los ingresos en el último año cayeron hasta los 53.000 millones de dólares, lo que supone prácticamente un tercio menos que los obtenidos en el mismo trimestre de 2021. En cuanto a los beneficios, la cosa pinta tan sumamente mal que han pasado en ese tiempo de ser positivos por 20.000 millones a ser negativos en esa misma cantidad. El resultado más palpable del desastre anterior en que en apenas unos años la capitalización de Intel, la que fuera uno de los gigantes tecnológicos mundiales, se ha hundido un 62%

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¿A qué se debe ese desastre?

Todo lo anterior, no es más que el resultado de una serie de ‘catastróficas decisiones’. Obviamente, las cifras están relacionadas con las tomadas en los últimos años, aunque hay un mal que viene de muy atrás que repiten una y otra vez los analistas: la complacencia. Y es que durante los primeros años del siglo, su dominio sobre el mercado de portátiles y los chips que los hacían funcionar convirtieron a Intel en una de las firmas más valiosas del mundo. Eso llevó a que dejará pasar otras revoluciones que a la postre han sido determinantes: primero la de los teléfonos inteligentes y más recientemente la de la Inteligencia Artificial.

Esa última carrera perdida ha sido enormemente dolorosa ya que la base de todo el desarrollo, que ha llevado a Nvidia a casi dominar el mundo, fue un desarrollo precisamente de Intel. Pero la cosa no se queda ahí, de hecho, ha seguido acumulando decisiones nefastas bajo el mandato del ya despedido, Pat Gelsinger. Así, en 2021, espoleado por la Administración Biden, la cual regó de millones a la firma, se lanzó a firmar cheques en blanco para inversiones y construir fábricas no solo en Estados Unidos, sino también en Europa

chips-semiconductores
chips-semiconductores. Agencias

El resultado fue un compromiso de inversión por valor de 100.000 millones de dólares para «revitalizar la producción de semiconductores en el país». Pero no estaría solo, ya que hasta el año pasado se había beneficiado de 8.500 millones de dólares en subvenciones y hasta 11.000 millones de dólares en préstamos del gobierno estadounidense. Aun así, el negocio de la fundición de chips -como se conoce al proceso de fabricación- es un desastre. De hecho, mientras que este año espera vender 500 millones de dólares en sus chips de IA Gaudi, Nvidia vende 20.000 millones cada trimestre.

¿Qué futuro le espera a Intel?

La culminación de ese ego desmedido la describió el propio Gelsinger: «Nuestros costes son demasiado altos, nuestros márgenes son demasiado bajos», acto seguido recortó 15.000 empleos y suspendió el pago de dividendos por primera vez desde 1992. Pero obviamente no ha servido para nada y ahora su sustituto Lip-Bu Tan se enfrenta a la difícil tarea de darle sentido a la compañía.

Las opciones del nuevo director ejecutivo son reducidas: en primer lugar, se ha centrado en eliminar las fantasiosas inversiones anunciadas por Gelsinger, al descartar los proyectos en Alemania y Polonia y retrasar la construcción en Ohio hasta 2030. Además, planea hacer otro recorte de 25.000 trabajadores a finales de año. 

Aun así, el futuro de Intel no está asegurado. Después de equilibrar el balance le tocará tomar la decisión más difícil: susto o muerte. Eso significa que deberá optar entre la opción de vender su división de diseño, la única rentable, y que actualmente copa el 60% del mercado de chips para PCs. La otra opción es volverse una empresa pública.

En cuanto a la primera, era un poco la idea que tenía en la cabeza Gelsinger cuando dividió la empresa en dos: diseño y fabricación. Actualmente, algunos analistas creen que esa parte de diseño podría valer en el mercado en torno a 100.000 millones, una cifra más que suficiente para que Intel pueda invertir la cantidad de dinero necesaria para volver a ser competitiva en el sector de los microchips. De hecho, la consultora SemiAnalysis estima que Intel necesitará invertir algo más de 50.000 millones de dólares entre 2025 y 2027 para ser competitiva en la fabricación de vanguardia.

Intel, ¿La primera gran tecnológica estadounidense nacionalizada?

El resultado sería que debería vender, al menos, el 50% de la división que mantiene a flote a la compañía y eso, en el fondo, no le garantiza realmente nada. De hecho, ese afán inversor es el mismo que ya tuvo Gelsinger y no ha traído más que desgracias a la compañía. Aun así, sería un plan, que ya es más de lo que se tiene ahora.

La segunda opción, la de convertirse en un gigante nacionalizado, a primera vista puede resultar tentadora. Incluso, es difícil escapar a ella cuando Donald Trump ya se está inmiscuyendo. La sucesión de acontecimientos, además, ha sido tan reciente como abrupta: El 7 de agosto, Trump exigió la dimisión de Tan alegando sus vínculos con China; cuatro días después el propio presidente elogió al director ejecutivo de Intel tras reunirse con él. Poco después se supo que el gobierno buscaba una participación del 10% en la empresa, lo que la convertiría en el mayor accionista de Intel. 

Para Estados Unidos, más especialmente para Trump, Intel sería el comodín perfecto para que el país volviera a convertirse en un referente en la fabricación de chips. Un requisito indispensable en la guerra geopolítica que ya está librando. Para la compañía eso no sería una buena noticia. Si bien es cierto que lograría recaudar más fondos para su causa, incluso atraería financiación privada, en realidad quedaría supeditada probablemente a los designios de la clase política y eso, con Trump en el poder, es tan cambiante como peligroso. Al final, quedaría atrapada en la burocracia estatal y perdería su baza de innovación.


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