En los últimos meses, un estudio realizado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) encendió una alarma global. Los investigadores descubrieron que la actividad cerebral se redujo en un 47% entre quienes escribieron con ayuda de inteligencia artificial, como ChatGPT, frente a aquellos que realizaron la tarea de forma autónoma. El dato no solo sorprendió a la comunidad científica, sino que también reavivó el debate sobre el impacto de estas tecnologías en la salud mental.
Las conclusiones preliminares, aún pendientes de revisión por pares, plantean un desafío urgente: **¿estamos debilitando nuestro cerebro al delegar funciones cognitivas a la inteligencia artificial? La pregunta cobra especial relevancia en un contexto donde *niños*, adolescentes y adultos interactúan a diario con herramientas digitales sin medir realmente sus consecuencias.
3¿Herramienta de apoyo o sustituto del pensamiento?

Terry Sejnowski, referente mundial en neurociencia computacional, ofrece una mirada más equilibrada. Reconoce que la inteligencia artificial puede ser perjudicial si se usa únicamente para facilitar tareas, pero también puede convertirse en un motor de aprendizaje si se integra de manera activa.
Según Sejnowski, la clave está en el cómo: interactuar con ChatGPT para analizar, cuestionar y perfeccionar textos puede fortalecer habilidades cognitivas. En cambio, entregarle por completo el trabajo supone “dejar de pensar por uno mismo” y perder el sentido de autoría. La reflexión no es menor: ¿queremos que la inteligencia artificial nos ayude a crecer o que nos sustituya en lo esencial?
El investigador recordó que el mejor aprendizaje para un niño sigue siendo la interacción humana directa. La conversación cara a cara, el debate en clase y el esfuerzo intelectual no pueden reemplazarse por algoritmos. Sin embargo, reconoce que, con objetivos pedagógicos claros, la inteligencia artificial podría enriquecer los procesos educativos.