La serie diaria de La 1, una vez más, confirma que no hay tregua posible en el Palacio de los Luján. Cada episodio de La Promesa es una sucesión de emociones donde los personajes, atrapados entre las pasiones y los respetos, se ven obligados a decidir entre la lealtad y la vida. El capítulo de este jueves se perfila como uno de los más vehementes y apasionados de la temporada, con revelaciones que significarán un antes y un después. La ficción ambientada en los albores del siglo XX no solo llama la atención por su cuidada elaboración del espacio escénico y de la trama, sino también porque se conecta con el espectador en su ser más íntimo: las luchas de poder, los secretos familiares, el amor prohibido y la venganza.
ENTRE EL DEBER Y LA TRAICIÓN EN LA PROMESA
El joven Curro opta por dar un paso que le cambiará la vida de sí mismo y la de las personas que le rodean. Tiene conciencia del daño que Lorenzo ha hecho, y por lo tanto maquinaba la forma de acabar con él de una vez. El arma elegida no es la violencia, sino la justicia: poner en la picota el nombre de Lorenzo ante el coronel Fuentes llevando consigo pruebas que lo llevarán a un juicio. Esa táctica le obliga a urdir con cuidado su actuación.
Consigue que el coronel definitivamente pasea la noche en el palacio, aptitud en la que conjuga inteligencia con frialdad. La caída de Lorenzo parece, por tanto, inminente, este no deja de gritar su inocencia, aferrándose a la dignidad de quien se sabe acorralado. Pero lo que eleva esa trama como un auténtico torbellino de emociones es la paradoja que le plantea a Curro: su triunfo a su vez equivale a la épica derrota de otra persona.
La cárcel tiene que esperar a Lorenzo, y pese a que Curro haya conseguido lo que a todos les pareció justicia, el precio de la venganza le acechaba en forma de nubarrón a su propio corazón.
PADRE CONTRA HIJO, MANUEL Y ALONSO EN LA PROMESA
Concomitantemente en «La Promesa», otra contienda se sostiene en la entrada del palacio, aunque en este caso las heridas que se abren no se ofrecen jamás a ser observadas en un tribunal, sino en las entradas de cada uno de los contendientes. Manuel y Alonso viven la discusión de mayor dureza de la que hay memoria entre ellos. El choque por la captura de la empresa familiar ha traspasado los límites del negocio para convertirse en algo más allá de la familia y, de este modo, en un enfrentamiento personal.
Manuel desconfía de Leocadia y en este momento más bien exige más poder para la gestión, entendiendo que solamente la gestión bajo su control garantizará algo del futuro. Su rebeldía es una combinación de ambición y necesidad de la autonomía, pero en el cara a cara con su padre lo que arriesga no es precisamente la herencia, sino el vínculo más hondo que lo mantiene atado.
Alonso, por su parte en «La Promesa», se siente un hombre derrotado. La responsabilidad más inexorable con su hijo lo devora en un abatimiento que está en el corazón de la debilidad de la autoridad paterna. El patriarca que en su día fue todo en la casa, el padre sobre el que giraba la casa ahora se mira en el espejo y ve un hombre fracasado que solamente ha tenido al hijo como testigo de su derrota.
LEOCADIA, VERA Y LAS INTRIGAS DEL PALACIO
Si en la superficie el palacio es ya un volcán asociado a la posibilidad de erupción, en los pasillos más humildes se cuecen intrigas igualmente explosivas. Leocadia se guarda en secreto una verdad devastadora: Lorenzo le propuso matrimonio, y callar esa verdad es tan peligroso como pronunciarlo. El silencio se convierte, con todo esto, en un arma de doble filo: por un lado, protege a Ángela del dolor, pero, por el otro, la mentira se clava, cuál daga homicida, convirtiéndose en un secreto que clama ser develado.
La audiencia preserva el momento en «La Promesa», con igual ansiedad de quien sabe que toda revelación comportará consecuencias irreparables. En esta atmósfera, Vera se encuentra con la duquesa de Carril, quien le asegura que su hermano Federico no quiere verla. Lo que desconcierta a Vera, aunque Lope presente que esas palabras son una mentira pergeñada. Los hilos de la desconfianza se ensanchan en cada rincón.
Toño reprocha a Simona y Candela por inmiscuirse en su vida privada, dando un apunte más del deseo de controlar la vida privada de los otros y su consecuente ensoñamiento. La vida en el palacio es un continuo juego de espejos en el que las personas se esconden, y donde se dice media verdad.
