Ese yogur de proteínas que coges del lineal del supermercado pensando que es la opción más saludable podría ser, en realidad, un espejismo nutricional. Nos lo venden como el aliado perfecto para nuestros músculos y nuestra dieta, un atajo rápido y fácil para cumplir con nuestras necesidades diarias, pero la verdad es que la mayoría son un producto de marketing muy bien diseñado. ¿Estamos pagando un extra por algo que no es tan beneficioso como nos prometen?
El problema no reside en la idea de un lácteo proteico, sino en cómo la industria ha pervertido el concepto para vender más. Detrás de envases llamativos y promesas de «alto contenido en proteína», se esconde a menudo un producto de calidad cuestionable. En muchos casos, este postre saludable esconde una trampa, porque el problema real está en los edulcorantes de baja calidad y en una proteína de peor valor biológico. Sigue leyendo, porque vas a aprender a distinguir el oro de la paja.
3LA LETRA PEQUEÑA QUE DELATA LA CALIDAD DE LA PROTEÍNA

La clave para no caer en la trampa es ignorar los grandes titulares del envase y convertirse en un detective de etiquetas. La regla de oro es sencilla: cuantos menos ingredientes, mejor. Un buen producto lácteo no necesita más que leche fresca y fermentos lácticos, porque la lista de ingredientes es mucho más reveladora que las promesas de marketing del frontal. Si ves nombres que no reconocerías en tu despensa, desconfía.
Además, la cantidad de proteína no lo es todo. Un nutricionista experto te diría que busques el «aminograma», que es como el DNI de la proteína, detallando su calidad. La mayoría de estos productos no lo incluyen. Un yogur de calidad inferior suele usar proteína de leche en polvo añadida, mientras que los mejores obtienen su proteína de forma natural, concentrando la leche y eliminando el suero.