lunes, 18 agosto 2025

“No es la sal del salero lo que eleva tu tensión”: Este cardiólogo apunta a los antiaglomerantes como culpables

Ese ‘veneno’ blanco que tienes en el salero y que usas a diario con total normalidad podría estar saboteando tu salud cardiovascular mucho más de lo que imaginas. Durante décadas, hemos señalado a la sal, al sodio, como el único gran villano en la batalla contra la hipertensión, pero la realidad es mucho más compleja y se esconde en la letra pequeña de los envases y en la propia composición de ese polvo cristalino que fluye con tanta facilidad. Lo que muchos expertos en salud cardíaca empiezan a señalar ahora, es una verdad incómoda sobre los aditivos químicos diseñados para mejorar su apariencia y funcionalidad, que podrían tener un impacto aún más pernicioso en nuestras arterias que el propio cloruro de sodio.

La cuestión fundamental no reside en eliminar por completo la sal de nuestra dieta, un mineral esencial para el correcto funcionamiento del organismo, sino en aprender a distinguir y a ser críticos con lo que realmente ponemos en nuestra mesa. La comodidad de un producto que no se apelmaza y se desliza sin problemas desde el recipiente nos ha hecho pasar por alto los compuestos que lo hacen posible. Esta es una llamada de atención para mirar dentro de ese objeto cotidiano, el salero, con otros ojos; para entender que, a veces, el verdadero riesgo no está en el ingrediente principal, sino en sus discretos pero influyentes acompañantes, que silenciosamente contribuyen a un problema de salud pública de primer orden.

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DESENMASCARANDO AL FALSO CULPABLE: ¿ES LA SAL EL ÚNICO VILLANO?

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Durante generaciones, la conversación sobre la sal se ha centrado exclusivamente en la cantidad, en la necesidad de reducir su consumo para proteger el corazón. Sin embargo, este enfoque simplista ha dejado en la sombra una distinción crucial: la diferencia abismal entre la sal en su estado natural y el producto ultrarrefinado que llena nuestro salero. La sal de mesa común ha sido sometida a procesos industriales a altas temperaturas que, además de despojarla de la mayoría de sus minerales y oligoelementos traza como el magnesio o el potasio, alteran su estructura fundamental, convirtiéndola en un producto químicamente puro pero nutricionalmente pobre, que nuestro cuerpo procesa de una manera muy diferente a como lo haría con la sal marina sin refinar.

El problema, por tanto, no es la sal per se, sino la versión industrializada que domina el mercado y que hemos aceptado como estándar. Este producto refinado es el que habitualmente encontramos en el supermercado y, por ende, el que acaba dentro del salero de la mayoría de los hogares españoles. La industria alimentaria, en su búsqueda de un producto estéticamente perfecto y funcionalmente impecable, nos ha vendido la idea de que todos los cristales blancos son iguales. Nada más lejos de la realidad, ya que esa sal refinada es, en esencia, un producto desnaturalizado al que posteriormente se le añaden compuestos para mejorar su conservación y manejo.

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