Pocas cosas ponen más a prueba la paciencia de un conductor español que una rotonda, y la DGT lo sabe mejor que nadie. Son el escenario de dudas, vacilaciones y, sobre todo, de maniobras peligrosas que hemos normalizado hasta el punto de creer que son correctas. Pero lo que muchos ignoran es que ese gesto, ese movimiento que hacemos casi por inercia creyendo tener toda la razón del mundo, es en realidad una infracción grave. Hablamos de una costumbre tan extendida que, según los expertos, la comete el 90% de los conductores, y es un error que está explícitamente recogido en la normativa y puede acarrear una sanción de 200 euros. ¿Estás seguro de que no eres uno de ellos?
El problema no es la rotonda en sí, sino cómo aprendimos a circular por ella: por imitación, por la ley del más rápido, heredando los vicios y las falsas creencias de otros conductores. Nos creemos los reyes del asfalto, convencidos de que nuestra interpretación es la única válida. La realidad, sin embargo, es que la mayoría de los conductores suspendería el examen práctico si tuviera que enfrentarse a una glorieta con un examinador al lado. La DGT lleva años intentando concienciar sobre su uso correcto a través de campañas y gráficos, pero la costumbre pesa más que la norma. Y esa costumbre, además de peligrosa, puede salir muy cara.
1¿EL INVENTO DEL DIABLO O UN PROBLEMA DE COMPRENSIÓN?

Las rotondas llegaron a España para quedarse, prometiendo una mayor fluidez del tráfico y una reducción de los accidentes graves en las intersecciones. Sobre el papel, la idea es brillante. Sin embargo, para una legión de conductores, se han convertido en una especie de jungla circular donde impera la ley del más fuerte o, peor aún, del más temerario. La tensión es palpable, porque muchos conductores las afrontan con una mentalidad de ‘sálvese quien pueda’ en lugar de aplicar unas normas muy sencillas. Esa percepción de caos es lo que genera el rechazo y, en última instancia, la enorme cantidad de maniobras incorrectas que vemos a diario en nuestras carreteras.
Pero la culpa no es del diseño. De hecho, si se utilizaran correctamente, las glorietas serían nuestras mejores aliadas para una circulación segura. Los datos de la DGT y de estudios internacionales lo confirman una y otra vez. El verdadero problema reside en una falta de formación y en la arrogancia de creer que ya lo sabemos todo. El quid de la cuestión es que están diseñadas para reducir la velocidad y minimizar la gravedad de los accidentes en las intersecciones, no para cruzarlas a toda velocidad. Son, en esencia, una sucesión de «ceda el paso» en un espacio reducido, una herramienta de seguridad que hemos convertido, por desconocimiento, en una fuente de riesgo.