El otoño llega siempre con una promesa silenciosa, la de las hojas crujientes bajo los pies, el aroma a tierra mojada y ese primer café caliente que sabe a gloria. Pero junto a esa estampa bucólica, trae también un eco familiar: el de los primeros estornudos, la carraspera en la garganta y esa sensación de que el próximo resfriado está a la vuelta de la esquina. Nos hemos acostumbrado a aceptarlo como un peaje inevitable de la estación de los colores ocres, pero quizás hemos estado mirando en la dirección equivocada; de hecho, la clave para esquivar los pañuelos podría estar en una vitamina que la mayoría pasa por alto. Es un secreto a voces en las consultas de atención primaria, un detalle que podría cambiar por completo nuestra percepción de esta época del año.
¿Y si te dijera que tu cuerpo tiene un interruptor de defensa que se va «apagando» a medida que los días se acortan y el sol se vuelve más tímido? No es una metáfora poética, sino una realidad biológica que nos hace vulnerables justo cuando empieza la temporada de virus. Durante este cambio de estación, nos obsesionamos con la ropa de abrigo y las bebidas calientes, sin darnos cuenta de que la verdadera batalla se libra en nuestro interior; y es que, al parecer, un simple nutriente olvidado es el responsable de mantener fuerte nuestro escudo natural contra los virus. La solución podría ser mucho más sencilla y estar más a nuestro alcance de lo que jamás hubiéramos imaginado, transformando por completo la forma en que afrontamos la llegada del frío.
2LA VITAMINA DEL SOL QUE NOS ABANDONA EN OTOÑO

El misterio tiene un nombre y los médicos de familia lo conocen bien: vitamina D. A menudo la asociamos exclusivamente con la salud de los huesos, pero su papel va mucho más allá, siendo una pieza angular en la regulación de nuestra inmunidad. El problema es que es la «vitamina del sol», y durante esta temporada de menos luz, su producción cae en picado; no en vano, nuestro cuerpo la produce principalmente al exponer la piel al sol, un recurso que se vuelve escaso a partir de septiembre. Con una menor inclinación solar y pasando más tiempo en interiores, nuestros niveles de este nutriente vital descienden de forma notable, dejando una puerta abierta a las infecciones. Esta es una realidad que define el particular desafío del otoño.
Para entenderlo de una forma sencilla, imagina que la vitamina D es como el entrenador personal de tus células inmunitarias, el sargento que pone en forma a tu ejército de defensas. Sin su presencia, los soldados (los linfocitos) están como adormecidos, menos eficientes y más lentos a la hora de reaccionar ante una amenaza. Durante el periodo otoñal, esta carencia es especialmente crítica, ya que activa los linfocitos T, las células encargadas de identificar y destruir los patógenos que nos invaden. Sin ella, especialmente en otoño, es como enviar a un ejército a la batalla sin su general al mando: las tropas están ahí, pero no saben cómo ni cuándo actuar con la contundencia necesaria para ganar la guerra contra los virus.