El concepto de superalimento nos ha llevado a una búsqueda incesante de semillas y bayas exóticas en los confines del planeta, llenando nuestros carritos de la compra con productos de nombres impronunciables y precios desorbitados. Hemos asumido que lo foráneo es sinónimo de superioridad nutricional, mientras ignoramos auténticas joyas nutricionales que siempre han estado en nuestra despensa, esperando pacientemente a ser redescubiertas. Esta fascinación por lo lejano nos ha hecho olvidar que la verdadera riqueza, la que de verdad importa para nuestra salud y nuestro bolsillo, a menudo se encuentra a la vuelta de la esquina, en el mercado de toda la vida o en las legumbres que comían nuestros abuelos.
Se habla de bombas de omega-3, de proteínas vegetales y de fibra saciante como si fueran descubrimientos recientes llegados de la otra punta del mundo. Sin embargo, existe un alimento profundamente español, humilde en su origen pero de una potencia descomunal, que pone en evidencia a muchas de estas modas importadas. Imaginen por un momento un producto de nuestra tierra, un portento nutricional que ha alimentado a generaciones en silencio, capaz de ofrecer más proteínas que la carne y una dosis de fibra que supera a la avena. Un tesoro que, como bien apuntan los expertos, teníamos en el pueblo y habíamos relegado al olvido por la simple razón de ser nuestro.
1EL TESORO OLVIDADO DE NUESTROS CAMPOS: MÁS ALLÁ DE LA CHÍA
Hablamos del altramuz, también conocido en muchas regiones de España como chocho. Este humilde aperitivo, inseparable de ferias, verbenas y bares de barrio, es en realidad uno de los legados nutricionales más impresionantes de la cuenca mediterránea. Durante décadas lo hemos consumido casi exclusivamente como un encurtido, un simple tentempié salado para acompañar la cerveza o el vermú, sin ser conscientes de que tras esa piel amarillenta y su característico sabor se esconde una composición nutricional que puede competir, y en muchos aspectos superar, a la aclamada semilla de chía. Este alimento, arraigado en nuestra cultura gastronómica más popular, es el claro ejemplo de cómo el valor no siempre está en lo exótico, sino en lo auténtico y cercano.
Si ponemos las cartas sobre la mesa y comparamos, el altramuz se erige como un superalimento mucho más completo. Mientras que cien gramos de chía ofrecen unos notables 17 gramos de proteína, el altramuz, en su formato seco, arrasa con cifras que oscilan entre los 35 y 40 gramos, una cantidad que rivaliza directamente con las mejores fuentes de proteína animal. En cuanto a la fibra, el altramuz también gana la partida sin despeinarse, aportando una cantidad superior que favorece enormemente la salud intestinal y la sensación de saciedad. Por tanto, aunque la chía presume de su omega-3, el altramuz ofrece un paquete global de macronutrientes mucho más robusto y versátil.