La elección de los neumáticos adecuados para tu coche es una de esas decisiones que la mayoría de conductores despacha con una facilidad pasmosa, a menudo guiados únicamente por el precio o la marca. Sin embargo, con la llegada del calor y el asfalto ardiendo, circula por nuestras carreteras un peligro silencioso, una trampa en la que caen miles de conductores por pereza, desconocimiento o un malentendido concepto del ahorro. Hablamos de seguir usando los neumáticos de invierno en pleno verano. Suena inofensivo, ¿verdad? Pues es todo lo contrario. Una decisión que, lejos de ser neutra, compromete seriamente tu seguridad, porque estos neumáticos están diseñados para funcionar de forma óptima por debajo de los 7 grados centígrados, y su rendimiento se desploma con el calor. Es el calzado de tu coche, y llevar botas de nieve en la playa no parece la mejor idea.
Esa sensación de agarre y seguridad que te proporcionaron durante las heladas de enero se convierte en una peligrosa ilusión cuando el termómetro supera los 25 grados. La composición de su goma, su dibujo específico, todo está pensado para el frío, el hielo y la nieve. Al enfrentarse al calor del verano, sus propiedades no solo no ayudan, sino que se vuelven en tu contra, aumentando la distancia de frenado, disparando el riesgo de aquaplaning en las típicas tormentas estivales y desgastándose a una velocidad de vértigo. ¿De verdad crees que estás ahorrando dinero? Lo que no sabes es que circular con gomas de invierno en verano reduce drásticamente la seguridad del vehículo, convirtiendo un elemento de protección en un factor de riesgo. Las ruedas de invierno tienen su momento, y definitivamente no es este.
2EL SECRETO ESTÁ EN LA GOMA: MÁS BLANDA DE LO QUE PIENSAS

La diferencia fundamental entre un neumático de verano y uno de invierno reside en su composición, en su ADN químico. Los neumáticos de invierno incorporan una mayor proporción de caucho natural y sílice en su mezcla, lo que les confiere una elasticidad extraordinaria a bajas temperaturas. Esta flexibilidad es la que les permite adaptarse a las microirregularidades del asfalto frío y «morder» la nieve o el hielo. Es su superpoder. Pero todo superhéroe tiene su criptonita, y la de estas gomas es el calor. Cuando el asfalto supera los 20 o 30 grados, esa flexibilidad se convierte en flacidez, afectando gravemente a la estabilidad y la respuesta del vehículo. Así, el compuesto de un neumático de invierno es mucho más blando y flexible para no cristalizarse con el frío, pero esa misma propiedad lo hace ineficaz en verano.
Pero no solo es la goma. El dibujo de la banda de rodadura también es radicalmente diferente. Si te fijas de cerca en una rueda de invierno, verás que está repleta de miles de pequeñas ranuras o cortes, llamadas laminillas. Su función es crucial: actúan como miles de pequeñas garras que se clavan en la nieve y el hielo, y además ayudan a evacuar el agua en condiciones de frío extremo. Sin embargo, en un asfalto seco y caliente, esos tacos tan recortados se deforman y «bailan» con cada movimiento, generando una sensación de flotación e imprecisión en la dirección. Por esta razón, las miles de pequeñas laminillas en el dibujo sirven para morder la nieve y el hielo, pero en asfalto seco y caliente generan inestabilidad.