miércoles, 6 agosto 2025

Spotify emula a Netflix y sube sus tarifas para el mes que viene pero sigue sin subir la calidad de su música

Spotify parece copiar todo lo que hace Netflix, hasta lo malo. En esta ocasión, sin lanzar una nueva función, sin mejorar la experiencia del usuario y sin elevar la calidad del sonido, ha vuelto a subir el precio. A partir del mes próximo, los usuarios de la plataforma pasarán a pagar un euro más al mes. ¿La novedad? No hay ninguna.

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Esta decisión ha reabierto un viejo debate entre los oyentes más fieles: ¿por qué seguimos pagando más por lo mismo? Mientras plataformas como Amazon Music o Tidal avanzan con propuestas de audio en alta resolución, Spotify parece estar cómodamente anclado en su fórmula de siempre, limitándose a ajustar su modelo de ingresos sin ofrecer mejoras tangibles a cambio.

Un euro más al mes: la subida silenciosa que suma

Un euro más al mes: la subida silenciosa que suma

Puede parecer poco. Incluso imperceptible. Pero ese euro mensual extra que Spotify aplicará a partir de este mes a su tarifa Premium —la más popular de la plataforma— no es una anécdota menor. Lo que antes costaba 10,99 euros al mes pasará ahora a valer 11,99 euros. Un aumento que, a simple vista, no suena a tragedia. Sin embargo, al hacer las cuentas anuales, hablamos de 12 euros más al año por exactamente el mismo servicio.

El aumento aplica tanto a nuevos usuarios como a aquellos que ya tienen una suscripción activa. No hay promociones especiales, ni descuentos por fidelidad, ni mejoras que lo justifiquen. Y aunque la comunicación por parte de Spotify ha sido moderada —sin estridencias ni campañas explicativas—, la molestia ha comenzado a notarse en redes sociales y foros especializados.

A diferencia de otras plataformas como Amazon Prime, donde un aumento en la cuota viene muchas veces acompañado de nuevas ventajas o contenidos añadidos, Spotify ha optado por un camino mucho más cuestionable: cobrar más por lo mismo. Nada de mejoras, nada de música en calidad Hi-Fi, nada que justifique, al menos de forma clara, este ajuste.

Las demás tarifas siguen igual, pero con letra chica

Las demás tarifas siguen igual, pero con letra chica

Spotify no vive solo de su plan Premium individual. Existen otras opciones que, por ahora, mantienen sus precios. El plan Estudiantes se queda en 6,99 euros mensuales, siempre y cuando el usuario pueda acreditar su condición académica. La opción Duo, pensada para dos personas que convivan, cuesta 16,99 euros. Y el plan Familiar, que permite hasta seis cuentas por 20,99 euros, se mantiene como la mejor relación precio-beneficio, aunque bajo una condición que no todos cumplen: que todos vivan bajo el mismo techo.

Pero hay un pequeño detalle que muchos pasan por alto: Spotify vigila activamente que los usuarios de un plan Familiar realmente compartan domicilio. De hecho, ha intensificado sus controles y ha llegado incluso a suspender cuentas que no cumplen con esta condición. Lo que en su momento fue una estrategia de ahorro para grupos de amigos, hoy es un campo minado.

La gran asignatura pendiente: la música en alta fidelidad

La gran asignatura pendiente: la música en alta fidelidad

Aquí es donde el descontento se vuelve más notorio. Porque mientras Tidal, Qobuz, Apple Music o Amazon Music ya ofrecen a sus usuarios una experiencia de audio en alta resolución —sin compresión, con matices sonoros más ricos y cercanos al sonido de estudio—, Spotify sigue sin materializar su promesa.

La música en alta fidelidad fue anunciada hace ya tiempo por la propia compañía, bajo el nombre tentativo de “Spotify Hi-Fi”. Incluso se llegó a sugerir que estaría disponible en 2021. Pero cuatro años después, lo único que hay son rumores y conjeturas. Nada de comunicados oficiales, fechas concretas o planes tarifarios.

Algunos especialistas del sector aseguran que esta modalidad llegará, finalmente, en 2025. ¿Su calidad? Prometen equiparar (o superar) al estándar de un CD: 16 bits y 44,1 kHz. Pero lo más llamativo es que, aun sin lanzarse, ya se anticipa que el acceso a esta mejora sonora tendrá un coste adicional. Es decir, más dinero a cambio de una característica que otros servicios ya incluyen de base.

Una relación de largo aliento que empieza a crujir

Una relación de largo aliento que empieza a crujir

Spotify fue pionera. Fue la plataforma que cambió la forma en que consumimos música. Nos liberó de descargas ilegales, de bibliotecas estáticas y nos permitió acceder a millones de canciones con solo un clic. Pero con los años, esa relación cercana entre usuario y servicio se ha ido tensando.

Las decisiones recientes de Spotify —como el recorte de funciones en la versión gratuita, el aumento de anuncios, la creciente presión para adoptar un plan de pago y, ahora, el aumento de tarifas sin mejoras— empiezan a erosionar la confianza. El “trato justo” que alguna vez representó parece diluirse en una estrategia cada vez más orientada a maximizar ingresos.

En paralelo, las quejas sobre la calidad de sonido son cada vez más frecuentes. Si bien el bitrate actual (aproximadamente 320 kbps en Premium) es suficiente para un público general, muchos melómanos y usuarios con equipos de sonido de alta gama demandan más. Y Spotify, por ahora, no está a la altura de esa exigencia.

¿Estamos ante el principio del fin del reinado de Spotify?

¿Estamos ante el principio del fin del reinado de Spotify?

La pregunta puede parecer exagerada. Spotify sigue siendo la plataforma de streaming de música más usada del mundo. Pero su liderazgo comienza a mostrar fisuras. Apple Music ha ganado terreno, Amazon Music crece sin hacer mucho ruido, y Tidal se posiciona como la opción favorita de los audiófilos.

La gran diferencia radica en la propuesta de valor. Mientras otras plataformas apuestan por ofrecer una experiencia más rica (desde la calidad del sonido hasta contenidos exclusivos), Spotify parece conformarse con subir precios y esperar que sus usuarios no se quejen demasiado.

La competencia es cada vez más feroz, y los consumidores son cada vez más exigentes. Aumentar un euro al mes sin ofrecer nada a cambio no es solo una decisión empresarial cuestionable: es una falta de respeto al usuario. Y ese es un error que, con el tiempo, puede salir muy caro.


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