Este pequeño pueblo de Pontevedra, cuna del termalismo de lujo en España, se hunde lenta e inexorablemente en el mismo suelo que le dio su fama y fortuna. Mondariz-Balneario, un nombre que evoca el esplendor de la Belle Époque y los fastos de la realeza, vive una extraña paradoja: el agua que atrajo a reyes y aristócratas es ahora la causa de su paulatino descenso. Cada año, el terreno cede un centímetro, una medida casi imperceptible a simple vista pero que para los geólogos es una sentencia a cámara lenta, un fenómeno de subsidencia que amenaza con cambiar para siempre la fisionomía de este lugar histórico.
La noticia ha encendido una carrera contrarreloj para visitarlo antes de que sus rincones más emblemáticos queden comprometidos. Los expertos ya han puesto fecha a un posible punto de no retorno: 2030, el año en que se prevé que algunas zonas podrían requerir un cierre parcial por motivos de seguridad. Esta advertencia ha transformado al legendario pueblo en un destino con fecha de caducidad, un tesoro patrimonial cuya visita se ha cargado de una nueva y melancólica urgencia. Ya no se trata solo de disfrutar de sus aguas, sino de ser testigo de una belleza que lucha contra el tiempo y la geología, una estampa que podría no ser la misma en la próxima década.
LA PARADOJA DEL AGUA: LA BENDICIÓN QUE SE CONVIRTIÓ EN CONDENA
Durante más de un siglo, el nombre de Mondariz-Balneario fue sinónimo de salud, lujo y poder. Sus aguas mineromedicinales, declaradas de utilidad pública en 1873, convirtieron a este minúsculo pueblo gallego en el epicentro de la vida social europea. Por sus salones, diseñados por el arquitecto Antonio Palacios, pasaron desde John D. Rockefeller hasta el infante Augusto de Braganza, buscando alivio para sus dolencias o simplemente dejándose ver en el balneario más afamado de España. El agua era el motor económico y social, la fuente de una prosperidad que parecía tan inagotable como los propios manantiales.
Pero esa misma fuente de vida se ha revelado como su talón de Aquiles. La extracción continuada e intensiva de millones de litros de agua del subsuelo durante décadas ha provocado un fenómeno conocido como subsidencia. El terreno, compuesto por materiales graníticos y sedimentos, pierde el soporte que el agua le proporcionaba en sus poros y acuíferos, compactándose lentamente bajo su propio peso. Es la paradoja definitiva, la demostración de que una sobreexplotación de los recursos naturales puede acabar devorando a quien se beneficia de ellos. El tesoro líquido que construyó este pueblo es ahora quien lo deconstruye centímetro a centímetro.
UN CENTÍMETRO MENOS CADA AÑO: LA CIENCIA TRAS EL HUNDIMIENTO
El hundimiento de Mondariz-Balneario no es una suposición, sino un hecho medido con precisión milimétrica. Geólogos y topógrafos llevan años monitorizando el área mediante avanzadas técnicas como el InSAR (Interferometría Radar de Apertura Sintética), que utiliza satélites para detectar deformaciones en la superficie terrestre con una exactitud asombrosa. Estos datos, cruzados con mediciones GPS de alta precisión en el terreno, confirman un descenso medio constante de un centímetro anual, una cifra que en términos geológicos es alarmantemente rápida. Este movimiento no es uniforme en todo el municipio, sino que se concentra en las zonas más cercanas a los puntos históricos de extracción.
Las consecuencias de este lento descenso ya son visibles para el ojo entrenado. En algunos de los edificios más antiguos del pueblo han comenzado a aparecer fisuras y grietas que no se deben únicamente al paso del tiempo. Son las cicatrices del movimiento del subsuelo, las primeras señales de alarma de que la tensión estructural está aumentando. Los ingenieros estudian estos indicios con preocupación, ya que un hundimiento diferencial puede comprometer la estabilidad de las cimentaciones a largo plazo. Cada nueva grieta es un recordatorio de que, bajo la aparente quietud del paisaje, el suelo de este emblemático pueblo está en continuo movimiento.
CRÓNICA DE UN CIERRE ANUNCIADO: EL FUTURO EN 2030
La fecha de 2030 no es un capricho, sino el resultado de proyecciones científicas basadas en el ritmo actual de hundimiento. Los modelos predictivos señalan que, para entonces, el descenso acumulado en ciertas áreas críticas podría alcanzar umbrales de seguridad preocupantes para algunas infraestructuras y edificaciones. No se habla de un desalojo completo del pueblo, sino de la posibilidad real de tener que clausurar o restringir el acceso a zonas específicas, un cierre parcial que afectaría al corazón mismo de su patrimonio histórico y turístico. Esta perspectiva ha generado una lógica inquietud entre los habitantes y empresarios locales.
La amenaza se cierne principalmente sobre el entorno del antiguo Gran Hotel y los edificios históricos que conforman el núcleo del balneario. La decisión de un posible cierre no sería sencilla y dependería de informes técnicos exhaustivos sobre la integridad estructural de cada inmueble. Para los vecinos de este pueblo, el futuro se presenta con una gran incertidumbre. La economía local, íntimamente ligada al turismo termal, se enfrenta a un desafío sin precedentes, un horizonte donde la principal atracción podría convertirse en su mayor riesgo. La cuenta atrás ha comenzado y las soluciones para mitigar el problema son complejas y costosas.
EL ÚLTIMO LLAMAMIENTO: QUÉ VER ANTES DE QUE SEA TARDE
Visitar Mondariz-Balneario hoy es como pasear por una postal de la historia con la conciencia de su fragilidad. El principal foco de atención es, sin duda, el conjunto arquitectónico legado por Antonio Palacios. La Fuente de Gándara, con su icónico templete de granito, y el majestuoso edificio de La Baranda son paradas obligatorias. Aunque el Gran Hotel original fue pasto de las llamas en 1973, sus ruinas consolidadas y los edificios que lo flanqueaban todavía evocan la grandeza de su pasado, un eco de esplendor que resuena con más fuerza ante la amenaza de su alteración. Es una oportunidad para admirar una obra que supo integrar la arquitectura en el paisaje de una forma magistral.
Pero más allá de sus piedras insignes, el encanto reside en la atmósfera del propio pueblo. Pasear por sus tranquilas calles, cruzar el río Tea por sus puentes centenarios o simplemente sentarse a la sombra de sus jardines es sumergirse en un ritmo de vida que parece detenido en el tiempo. La visita invita a fijarse en los detalles, en la forma en que la luz se filtra a través de las galerías acristaladas o en el sonido constante del agua que corre por todas partes. Es una experiencia sensorial que conecta directamente con el espíritu de un lugar único, un reducto de paz cuyo sosiego contrasta con la tensión geológica que se vive bajo sus pies.
MONDARIZ-BALNEARIO: ¿UN SÍMBOLO DE NUESTRA PROPIA FRAGILIDAD?
El caso de este pueblo pontevedrés no es único en el mundo, pero sí es un ejemplo cercano y poderoso de las consecuencias de la actividad humana sobre el medio. Al igual que Venecia o Ciudad de México, Mondariz-Balneario nos muestra cómo la extracción de recursos del subsuelo puede tener efectos directos y devastadores en la superficie. Se ha convertido, sin quererlo, en un laboratorio a escala real sobre la gestión de los recursos hídricos, un caso de estudio que debería servir de advertencia para otros muchos lugares. Su historia es una lección sobre la necesidad de encontrar un equilibrio sostenible entre el aprovechamiento y la conservación.
Quizás el futuro de este pueblo no pase por detener el hundimiento, algo geológicamente casi imposible, sino por aprender a convivir con él y adaptar su patrimonio. La historia de Mondariz-Balneario está entrando en un nuevo capítulo, uno marcado por la resiliencia y la memoria. Cada visita se convierte ahora en un acto de preservación, en una forma de guardar en el recuerdo un paisaje que está destinado a transformarse. La belleza de este rincón de Galicia reside ahora no solo en lo que fue, sino en su presente efímero, un testimonio de que incluso los lugares más sólidos y eternos están sujetos a la impermanencia.