En los pasillos de La Promesa la intensidad de cada susurro supera la proximidad de un grito. El miércoles, la serie ha vuelto a dejar a sus clientes con una entrega con “alarma”, decisiones fortuitas y un misterio que cuenta con la promesa de generar una escisión entre los personajes y por extensión los propios espectadores. La habitación de Cruz ha aparecido destrozada como una representación dolorosamente literal del desmoronamiento afectivo y moral que sufren los ánimos de los residentes del palacio. La citada acción vandálica no es sino el detonador de una jornada intensa en el transcurrir de la cual se van abriendo viejas heridas, se tambalean los pactos y las decisiones asumidas parecen dictadas con más razón desde el corazón que con cabeza.
2LA VENTA DE LA EMPRESA Y EL QUIEBRE DE LA RELACIONES

En concordancia con este misterio, se ha tomado una de las decisiones más impactantes de los últimos capítulos: Manuel ha vendido la empresa a Leocadia. Una decisión que se puede considerar por impulso de renovación, pero que no deja de producir consecuencias. Lo más inquietante es que Manuel ha actuado sin saber los contenidos de una llamada muy importante de Pedro Farré, lo que deja claras dudas sobre si ha cometido un error irreparable.
Para Toño y Enora, la venta está considerada como una fiesta inesperada, un motivo de brindar. La escena que comparten después de la noticia es incluso una de las más tiernas de este episodio, comparten un gesto romántico que contrasta con la tensión dominantes los otros espacios de la casa. Pero tras este entusiasmo subyace una realidad muy complicada: ¿sabe Manuel, realmente, a quién le ha entregado las riendas del futuro de La Promesa?
Mientras tanto, Catalina va viviendo su tormenta emocional. Su forma de luchar a favor de los derechos de sus trabajadores, lejos de unirla a las personas a las que quiere, la va aislando.
En busca de abrigo, Catalina se dirige hasta Simona, la cocinera, a quien considera como una segunda madre. La conversación entre ellas es uno de los pasajes más humanos de todo el capítulo. Simona, con la sabiduría de los años entregados a la vida, no le ofrece un consuelo fácil. Su consejo es sincero, frontal, y quizás por eso es más doloroso que un reproche. Porque a menudo, lo que una necesita no es una caricia, sino una dura verdad que haga reaccionar.