La configuración de Google que muchos usuarios desconocen está recopilando y, en la práctica, monetizando su ubicación precisa, incluso cuando creen haber tomado las precauciones necesarias para evitarlo. El gesto casi automático de desactivar el icono de ubicación o GPS en nuestro teléfono móvil nos proporciona una falsa sensación de seguridad, una tranquilidad digital que el gigante tecnológico se encarga de sortear mediante un entramado de permisos y ajustes deliberadamente confusos. Lo que sucede en las bambalinas de nuestra cuenta es un rastreo constante y silencioso, un mapa detallado de nuestra vida que se construye sin un consentimiento explícito y transparente.
Este seguimiento va mucho más allá de una simple chincheta en un mapa. Registra los lugares que visitamos, el tiempo que pasamos en ellos, las rutas que tomamos para llegar e incluso las paradas que hacemos por el camino. Esta información, de un valor incalculable para el marketing y la publicidad, se convierte en la materia prima de un negocio multimillonario. El problema es que el control sobre este flujo de datos personales está oculto, no en el interruptor principal de ubicación, sino en un submenú de nuestra cuenta de Google, un rincón digital al que la mayoría de los usuarios nunca accede y cuya existencia ni siquiera sospecha.
1EL INTERRUPTOR QUE MIENTE: POR QUÉ DESACTIVAR LA UBICACIÓN NO ES SUFICIENTE

La gran mayoría de los usuarios de smartphones da por sentado que al deslizar el dedo y apagar el icono de «Ubicación» o «GPS», su privacidad geográfica está a salvo. Se asume que esta acción corta de raíz cualquier posibilidad de que las aplicaciones, y en especial Google, conozcan su paradero. Sin embargo, esta es solo la primera capa, la más superficial, de un sistema de seguimiento mucho más profundo y persistente. Desactivar este interruptor general solo impide que las aplicaciones realicen una petición activa y en tiempo real de los datos del GPS, pero no frena otros métodos de geolocalización pasiva que el sistema sigue utilizando.
El ecosistema de Google es experto en atar cabos. Aunque el GPS esté apagado, el teléfono sigue conectado a redes Wi-Fi y a torres de telefonía móvil. La compañía utiliza la ubicación de estos puntos de conexión para triangular nuestra posición con una precisión sorprendente. Cada vez que realizamos una búsqueda, abrimos Google Maps para consultar una dirección o incluso cuando el teléfono simplemente busca la mejor señal, está enviando información que, contextualizada, revela nuestra ubicación. Es un rastreo indirecto, una forma de vigilancia ambiental que no depende del permiso activo del GPS para seguir construyendo un historial de nuestros movimientos.