En el poderoso universo que es La Promesa, cualquier elemento está cargado de simbolismo, pero pocas veces un objeto ha cambiado tanto el equilibrio de la casa como el nuevo cuadro que decora las paredes de su interior. Este episodio 648, que se emitirá el martes 5 de agosto, es más que un avance en la historia; un antes y un después, un nuevo destino para los personajes, como si el óleo escondiera un alma propia.
2RELACIONES ROTAS EN LA PROMESA

A medida que el cuadro se va haciendo resaltar en La Promesa, también afloran las fracturas entre los personajes. La ya tensa relación entre Martina y Catalina se hace aún más intensa conforme cada fallo en el intento de reconciliación se encuentra cargado de remordimientos. Martina, amiga tras el enfado reciente, se encuentra con la fría resistencia de su prima. «Lo que se ha roto entre ellas parece tener posibilidades de reponerse», murmura la servidumbre siempre atenta, testigo mudo de una relación que se encuentra de luto.
Pero no solo se quiebra el lazo entre primas, sino que también Catalina y Adriano cuentan con sus propios problemas sin resolver. La tensión entre ellos puede percibirse, muy bien, por la cantidad de palabras que no son pronunciadas, por cada movimiento que, al intentar ser amable, deviene distante. Lo que era una discusión se ha transformado en una grieta que amenaza con acabar siendo abismo. Hay entre ambos una desconexión tal que ni el afecto compartido puede ya curarla.
Pía, por su parte, comete un error cuya gravedad puede parecer intrascendente, pero que, sin embargo, tiene efectos inusualmente elevados: la carta de Cristóbal no llega a su destino. El mayordomo, que normalmente se mantiene trabajando en el silencio, no se contiene ante lo que interpreta como una impertinencia y se desata en una ira imparable que deja a todos paralizados. ¿Qué decía esa carta para hacer aparecer esa rabia? De un simple descuido nace un muro que se eleva entre ellos y nuevas dudas sobre la intencionalidad manifiesta de lo dicho y no dicho.
En medio del dramatismo, se deja también entrever un atisbo de ternura a raíz de la escena en el hangar, donde Toño descubre a Enora en un estado de metamorfosis emocional. Su entusiasmo resulta tan puro, inocente, que contagia a quienes le observan: Manuel, completamente desfondado, es quien lo sostiene además con una madurez que sorprende. De su sufrimiento emana la muestra de que incluso el amor, cuando está quebrado, puede manifestarse mediante los actos de generosidad.