El uso de gafas de sol se ha normalizado hasta convertirse en un accesorio imprescindible en la guantera de cualquier coche, un gesto de autoprotección que asociamos instintivamente con la seguridad y el confort visual al volante. Las imaginamos como un escudo infalible contra los destellos del sol y el asfalto mojado, especialmente si son polarizadas. Sin embargo, esta confianza ciega puede transformarse en una trampa mortal cuando el sol se pone. La creencia de que cualquier gafa de sol mejora la visión es un mito peligroso que ignora una realidad física y normativa que todo conductor debería conocer antes de ponerse al volante en condiciones de poca luz.
La paradoja es desconcertante: un objeto diseñado para ayudarnos a ver mejor puede convertirse en nuestro peor enemigo. El peligro no reside en las gafas en sí, sino en su uso indebido, una circunstancia que se agrava de forma exponencial cuando se combinan tres factores: la noche, una lente polarizada y, sobre todo, una calidad de fabricación deficiente. Lo que durante el día es una ventaja indiscutible, el filtro polarizado se convierte en un velo que reduce drásticamente la información visual que llega a nuestro cerebro, alterando nuestra percepción de la profundidad y los contrastes justo cuando más los necesitamos para reaccionar a tiempo en la carretera.
EL ENGAÑO VISUAL: CUANDO LA PROTECCIÓN SE CONVIERTE EN RIESGO

Durante el día, las lentes solares cumplen una función vital. Filtran la radiación ultravioleta, que es perjudicial para la salud ocular, y reducen la intensidad de la luz visible, evitando el deslumbramiento y la fatiga visual. Esta protección nos permite conducir durante horas bajo un sol intenso con mayor comodidad y seguridad. En esencia, funcionan como un ecualizador de luz que modera los picos lumínicos para ofrecernos una visión más nítida y relajada. Son, sin duda, una herramienta fundamental para la conducción diurna, pero su eficacia está estrictamente ligada a las condiciones para las que fueron diseñadas.
El problema surge cuando extrapolamos estos beneficios a escenarios de baja luminosidad. La conducción nocturna exige exactamente lo contrario: necesitamos captar la máxima cantidad de luz posible para distinguir formas, calcular distancias y detectar imprevistos. Utilizar unas gafas de sol por la noche, por muy leves que nos parezcan, es como intentar leer un libro en penumbra; el ojo se ve forzado a un sobreesfuerzo para compensar la falta de luz que la propia lente está bloqueando, lo que inevitablemente reduce el tiempo de reacción y la agudeza visual, dos factores críticos para la seguridad vial.
POLARIZADAS SÍ, PERO NO A CUALQUIER HORA: EL LADO OSCURO DEL FILTRO
Las lentes polarizadas son una maravilla de la óptica para combatir el deslumbramiento diurno. Su magia reside en un filtro vertical que bloquea la luz reflejada en superficies horizontales, como el asfalto, el agua o el capó del coche. Este tipo de reflejo es el más molesto y peligroso durante el día, y eliminarlo proporciona una visión increíblemente clara y llena de contrastes. Sin embargo, este filtro no distingue entre luz «buena» y «mala»; simplemente bloquea toda la luz que vibra en un plano horizontal, lo que las convierte en una herramienta excepcionalmente eficaz para situaciones de alta luminosidad.
Al llegar la noche, la situación se invierte por completo. La principal fuente de luz no es el sol, sino los faros de otros coches, las farolas y las señales luminosas. Estas fuentes emiten luz en todas las direcciones y nuestro objetivo es captarla toda. Una lente polarizada, por su propia naturaleza, seguirá bloqueando una porción de esa luz, empobreciendo la escena visual. Es más, puede provocar la aparición de patrones extraños o halos alrededor de las luces artificiales, creando una distorsión que confunde al cerebro y puede llevarnos a interpretar erróneamente la posición o la distancia de otros vehículos que circulan por la vía.
LA CARRETERA NO PERDONA: PANTALLAS LCD Y REFLEJOS FANTASMA

El peligro de usar gafas polarizadas de noche se agudiza con la tecnología presente en los coches modernos. La mayoría de los cuadros de instrumentos, sistemas de navegación GPS y pantallas de infoentretenimiento utilizan tecnología LCD u OLED, que emite luz polarizada. Esto provoca un efecto sorprendente y peligroso: al mirar estas pantallas a través de unas lentes polarizadas, pueden aparecer completamente negras o con manchas oscuras dependiendo del ángulo de visión. Un conductor podría, por ejemplo, perder de vista información crucial como la velocidad, las alertas del vehículo o las indicaciones del navegador con un simple giro de cabeza.
Además de la invisibilidad de las pantallas, la interacción del filtro polarizado con los cristales del coche puede ser problemática. Algunos parabrisas y ventanillas laminados o templados presentan tensiones internas que, al ser observadas a través de un filtro polarizador, se manifiestan como un patrón de manchas o rejillas iridiscentes. Durante la noche, este efecto puede superponerse a la visión de la carretera, creando una especie de velo de interferencia que reduce la claridad y puede ocultar peligros como peatones, ciclistas o animales en el arcén.
NO TODAS LAS GAFAS SON IGUALES: EL PELIGRO DE LA ‘BAJA CALIDAD’
No todas las gafas de sol son creadas iguales, y la diferencia de precio suele reflejar una abismal diferencia en calidad óptica y seguridad. Las lentes de baja calidad, a menudo fabricadas con plásticos de pobres propiedades ópticas, pueden introducir distorsiones, aberraciones cromáticas y una falta de uniformidad en el filtro. Estos defectos, que pueden ser apenas perceptibles a plena luz del día, se magnifican en condiciones de poca luz. La visión se vuelve borrosa en los bordes, las líneas rectas pueden parecer curvadas y la percepción de la profundidad se altera de forma peligrosa.
Cuando a una mala calidad óptica le sumamos un filtro polarizador deficiente, el cóctel es explosivo. Un polarizado de baja estirpe puede no ser uniforme en toda la superficie de la lente, creando zonas que filtran más luz que otras y generando una visión parcheada y confusa. Es fundamental entender que unas gafas baratas no son un ahorro, sino una apuesta arriesgada. Invertir en unas gafas de sol con certificación europea (marcado CE) y lentes de calidad óptica garantizada no es un lujo, sino una inversión directa en nuestra seguridad y la de los demás cuando estamos al volante.
MÁS ALLÁ DEL SENTIDO COMÚN: LO QUE DICE LA NORMATIVA

El uso de gafas de sol para conducir está regulado, aunque de forma indirecta, a través de la clasificación de los filtros solares. Las lentes se categorizan del 0 al 4 según la cantidad de luz que absorben. La normativa europea, y por extensión la española, prohíbe explícitamente el uso de filtros de categoría 4 para la conducción en cualquier circunstancia, ya que son tan oscuros que se consideran aptos únicamente para condiciones de luminosidad extrema, como el alpinismo o la navegación en alta mar. Si bien no hay una prohibición expresa sobre el uso nocturno de filtros más bajos, el propio reglamento de circulación apela a la obligación del conductor de garantizar en todo momento su campo de visión.
Llevar gafas de sol por la noche, especialmente si son polarizadas, contraviene directamente este principio fundamental de la seguridad vial. La Dirección General de Tráfico (DGT) advierte periódicamente sobre los peligros de una visión deficiente al volante. El sentido común, respaldado por la física óptica y la lógica normativa, dicta una regla muy simple: las gafas de sol son para el sol. Intentar «mejorar» la visión nocturna con ellas es una temeridad, un acto irresponsable que reduce drásticamente nuestra capacidad para anticipar y reaccionar ante los imprevistos de la carretera. La mejor lente para la noche es un parabrisas limpio y una visión sin filtros innecesarios.