En la vida moderna, mantenerse en forma no solo es un objetivo estético, sino que es también una cuestión de salud física, emocional y mental. Y aunque muchos se preocupan por los alimentos que consumen, se mueven con frecuencia, duermen bien y hacen lo posible por mantener el estrés a raya, llegar al equilibrio ideal sigue siendo todo un reto. ¿Qué pasa cuando, aun haciendo todo bien, el cuerpo no responde como esperamos?
Quienes se han lanzado a entrenar (sobre todo si es en esos primeros días llenos de entusiasmo) saben que la motivación muchas veces es insuficiente: el dolor muscular, la fatiga extrema y esa sensación de no poder moverse durante días. Y es ahí cuando la ciencia nos regala pistas para seguir en el camino. No se trata de hacer más, sino de hacer mejor. Y, a veces, lo mejor está en lo más simple: en los alimentos.
4La microbiota intestinal también entrena contigo

Detrás del bienestar físico hay mucho más que músculos: está el intestino. En los últimos años, la ciencia ha confirmado algo que muchas culturas ya intuían: cuidar nuestra microbiota intestinal es fundamental para el equilibrio general del organismo. Y el ejercicio no es una excepción.
Durante el esfuerzo físico, el cuerpo consume energía a toda velocidad. Si esa demanda no se cubre, llega la fatiga. A eso se suma la acumulación de ácido láctico, la caída de glucosa y una serie de metabolitos que nos dejan literalmente fuera de juego. Pero aquí entra en acción un nuevo protagonista: el kéfir.
Esta bebida fermentada —originaria del Cáucaso— no solo es un alimento probiótico por excelencia, sino también un potencial aliado para quienes entrenan. Así lo demostró un estudio reciente, donde participantes sanos y no entrenados consumieron una versión estandarizada del kéfir llamada SYNKEFIR durante 28 días. Al finalizar, su resistencia aumentó en un 29% respecto al grupo placebo. Además, presentaron una notable reducción de ácido láctico, lo que implica menos fatiga.
La explicación está en los compuestos que produce una microbiota sana: los ácidos grasos de cadena corta, como el butirato y el propionato, que participan directamente en la producción de energía (ATP) en nuestras células. Es decir, cuanto mejor esté tu flora intestinal, mejor rendimiento puedes tener.