La serie de sobremesa que tiene en vilo a miles de espectadores cada tarde, ‘La Promesa’, cerrará la semana con un capítulo que dejará a nadie indiferente. El capítulo 646, correspondiente al viernes 1 de agosto, reúne todos los elementos del drama en estado puro: decisiones que pueden cambiar destinos, amenazas cargadas de emoción, amores naciente, y un aviso de desgracia que se percibe en el aire como si fuera una profecía; cada escena se transpone en una batalla emocional de la que nadie puede salir ileso.
3AMBICIONES Y SECRETOS EN LA PROMESA

Mientras las historias familiares y personales estallan a fuego lento, el mundo del trabajo también es sacudido por una oferta tan atractiva como peligrosa. Leocadia, siempre precursora, le extiende a Manuel la posibilidad de convertirse en la dueña de la empresa de forma exclusiva a cambio de realizar un generoso desembolso de dinero. «La oferta puede salvar su proyecto… aunque a un precio». Manuel duda. La ambición se enfrenta a la desconfianza y el futuro de su empresa parece en una cuerda floja.
Enora, por su parte, lo tiene claro: en la oferta ve una oportunidad, una puerta abierta hacia la estabilidad que ansían desde siempre. Pero su insistencia no es solo profesional. Entre ella y Toño, el amor se empieza a asomar. Enora da el primer paso y le propone ir a la feria de Luján, abriendo así una nueva línea emocional que podría florecer en medio del caos. «A veces, una cita puede cambiar el sentido de una historia».
No obstante, existen algunos que ven un futuro prometedor y un rayo de esperanza. Una sombra espesa a modo de intriga inunda el palacio; el ambiente se transfigura en algo raro, misterioso, posiblemente en sí mismo un mal presagio entre los personajes, como si estuviéramos ante un atentado o una explosión por venir. Nadie puede nominarlo, pero lo perciben todos.
Y esa sensación se precipita en el momento en que Alonso logra recibir el envío de Cruz, un cuadro de grandes dimensiones en forma de retrato al óleo, un encargo del famoso pintor de la Corte, una de esas obras que plantean más preguntas que el convencimiento del virtuosismo. El cuadro, nada evidente nada inocente no es sólo arte. Es, más bien, un arte de la representación de una bomba de relojería.