En La Promesa, existe una sensación de que el tiempo permanece suspendido en el momento en que se alcanza el clímax. El palacio acecha, surgiendo secretos por su cada uno de los rincones y cada determinación puede generar una tormenta en el mar de la trama. En el próximo capítulo, que se emite el jueves 31 de julio, la historia llena de clichés va sumergiéndose en un océano de conflictos que ponen en jaque las lealtades conquistadas.
ÁNGELA, LA VOZ DE LA VERDAD

La jornada comienza con un enérgico acto de valentía que puede transformarlo todo: Ángela ha comenzado a romper el silencio. Tras el descubrimiento del turbio entramado de tráfico de armas que se podría encontrar en manos del capitán Lorenzo, la leal y valiente mujer de servicio decide poner en peligro su propia seguridad con el propósito de contarle al general toda la verdad. Una decisión, en suma, que no es una reacción, sino que se basa en una firme convicción moral que los personajes de La Promesa no comparten ni respaldan.
Curro tiene conocimiento de su desaparición y se lanza inmediatamente a su rescate, consciente de que si ella fuese capaz de hablar con el general, las consecuencias podrían ser devastadoras. No tan sólo para Lorenzo sino para todos aquellos que encubren, de una forma u otra, y conscientemente o no, el entramado delictivo. La tensión en los pasillos de palacio puede cortarse con un cuchillo mientras Curro corre con desesperación, con su rostro impregnado de angustia, con el temor de no llegar a tiempo.
Aunque ¿qué tipo de prisa tiene para querer pararlo? ¿Está temiendo por ella, por sí o por otra persona? Tal pregunta resuena en el momento en que el espectador acompaña pegado a la pantalla con un nudo enorme en el corazón cada uno de los pasos que da el joven. La fuerza de voluntad de Ángela contrasta con el miedo que experimentan quienes la rodean; de aquí surge su imagen, una imagen que se encuentra en el cruce de dos caminos, la lealtad y la justicia, lo que la convierte al mismo tiempo en una figura heroica y trágica, un símbolo del conflicto entre ambos caminos.
FAMILIA, PODER Y HERIDAS EN LA PROMESA

Y al mismo tiempo, y lejos de la dramática denuncia, otra guerra callada se está gestando entre los muros de La Promesa, la de Catalina y Martina, dos mujeres de carácter y de dignidad, sumidas en una pelea que ya ha dejado cicatrices difíciles de curar. La pelea se convierte en aguijones pues no son esas disputas propias de un encontronazo, de un traspaso de palabras entre discutidores, sino que son escarceos que incitan a Alonso a pagar la factura de una lucha a la que nunca ha hecho ni siquiera la más insinuada de las aproximaciones.
La intervención del barón de Valladares y la amenaza de la fuerza de la nobleza aliada con él obligan a los conflictos personales a ser ideológicos. Alonso, que hasta ahora ha estado alejado de la profundidad del conflicto necesario, se encuentra con la urgencia de tener que abrir los ojos cada vez que el peligro llama a su puerta. Las palabras de advertencia que le lanza Adriano y las súplicas de Martina han valido de poco, y la obstinación de Catalina los ha puesto a todos en un peligro directo.
Sin embargo, se apunta la posibilidad de que algo empiece a cambiar. Los acontecimientos recientes, una vez más quizás más duros de lo esperado, obligan a Catalina a reconsiderar la realidad y a observarla desde otro lugar. ¿Sería este el momento adecuado para que Catalina asumiera tal punto de vista, para llevarla a la recapitulación y a replantearse su forma de actuar? ¿O quizás el momento de cautela ha llegado demasiado tarde como para poder evitar el coste del riesgo asumido? El capítulo, en consecuencia, nos deja bien la puerta abierta a una posible reconciliación y, sin embargo, también no deja de sembrar las dudas asociadas al coste que tiene el lograrla.
CONFESIONES Y NUEVAS OPORTUNIDADES

Ambos aspectos conviven en el propio espectáculo de la obra de Ruiz Casares. La Promesa es, en efecto, también en algunos de sus momentos más logrados acogida y compañía, calidez y risas, entonces es Enora, la operaria del hangar, la que se aventurará a pisar la zona «prohibida» al surcar la frontera de las zonas de servicio del fastuoso palacio. Lo hace sin madurar la visita, sin prever las notas encantadoras que tendrá su visita, cuando dos anfitrionas le dedican este recibimiento y toda la atención, como si fuera una más de la alta nobleza. En fin, esta visita espontánea de Enora al palacio infringe las señales de cortesía imperantes del palacio, prueba de que el alma puede hacerse hogar en los lugares más inverosímiles.
Este asidero de naturaleza cómica y entrañable contrasta estéticamente con el dilema de Lope, uno de los personajes más nobles y trabajadores de La Promesa, que se ahoga ahora en una elección que bien podría marcar su destino en el mundo de los sentenciados. Por un lado, tiene que aceptar el nuevo puesto de lacayo; por otro, tendría que marcharse para siempre. El nuevo gofero, Cristóbal, no le deja margen de titubeo a Lope, que, por último, debe enfrentar un orgullo y un deseo de pertenecer avasallador.
La tensión entre el deber, la ambición y la búsqueda de identidad está más identificada que nunca en esta encrucijada, y la respuesta de Lope, aun sin conocer -en este caso, la respuesta de Lope vuela en el aire, como un peso más-, será fundamental para el propio avance del personaje en la retórica de La Promesa. Al contrario, María Fernández, deshecha por la ausencia del padre Samuel, buscará un inesperado consuelo en Petra, donde una conversación que parecía simple entre doncellas se convierte en una amplia y excabullida confesión, en la que María se explicita abiertamente y deja entrever su propio dolor, su amor y su esperanza.
El momento íntimo, lleno de emoción y sutileza, recuerda que La Promesa puede ser también un recoveco para la ternura, para aquellos vínculos humanos que llevan al final de los grandes salones, para las lágrimas que María no se deja caer delante de las otras. Se dejan caer, en el momento de la narración, en Petra, que la escucha sin comportar ningún juicio; con la empatía de quien ha aprendido a decodificar el silencio.