El café es mucho más que una simple bebida; es el motor que arranca las mañanas de millones de españoles, la excusa perfecta para una pausa en el trabajo y el broche de oro de una buena comida. Forma parte de nuestro tejido social y cultural, un ritual que nos acompaña en conversaciones, un bálsamo contra el sueño y el cansancio, y un pequeño lujo al alcance de cualquiera. Pero, ¿y si ese gesto cotidiano, ese placer humeante que sostenemos entre las manos cada día, escondiera un riesgo invisible para nuestra salud que depende de un simple número en el termómetro? La respuesta podría cambiar para siempre la forma en que pides tu próxima taza.
La creencia popular asocia un café muy caliente con una mayor calidad o frescura, una percepción errónea que, sin saberlo, nos expone a compuestos químicos indeseables. La mayoría de nosotros damos por sentado que la temperatura a la que se sirve no es un detalle menor, sino un factor crítico que determina su seguridad, una verdad que muchas veces se ignora en la vorágine de la hostelería moderna. Lo que sucede en la taza cuando el mercurio supera un umbral específico es un proceso químico silencioso con implicaciones serias, un secreto a voces en la industria que ahora, gracias a estudios y a la voz de las organizaciones de consumidores, empieza a salir a la luz.
4MÁS ALLÁ DE LOS 85 GRADOS: CUANDO EL PLACER SE TRANSFORMA EN RIESGO
El umbral de los 85 grados centígrados no es una cifra arbitraria; marca la frontera a partir de la cual la balanza entre placer y riesgo se inclina peligrosamente. A esta temperatura, la liberación y retención de furanos en la bebida se vuelve especialmente significativa. El líquido está lo suficientemente caliente como para mantener una alta concentración de estos compuestos, pero a la vez, el vapor que emana y que inhalamos antes de beber también los transporta. Es una doble vía de exposición, un cóctel químico que se intensifica con cada grado que sube el termómetro y que convierte un hábito diario en una ruleta rusa de exposición a sustancias potencialmente dañinas a largo plazo.
El peligro, además, no es únicamente químico. La propia Organización Mundial de la Salud ha advertido sobre el consumo de cualquier bebida a más de 65 grados, vinculándolo directamente con un mayor riesgo de cáncer de esófago. No se trata del compuesto en sí, sino del daño físico que el calor extremo provoca en los tejidos. La quemadura térmica repetida en las células que recubren el esófago puede generar una inflamación crónica que, con el tiempo, puede derivar en lesiones precancerosas y tumores. Por lo tanto, el café «hirviendo» nos ataca por dos flancos: el químico, con los furanos, y el físico, con la agresión térmica directa.








