viernes, 19 septiembre 2025

Esta es la temperatura exacta en la que el café se convierte en veneno, y la usan muchas cafeterías

El café es mucho más que una simple bebida; es el motor que arranca las mañanas de millones de españoles, la excusa perfecta para una pausa en el trabajo y el broche de oro de una buena comida. Forma parte de nuestro tejido social y cultural, un ritual que nos acompaña en conversaciones, un bálsamo contra el sueño y el cansancio, y un pequeño lujo al alcance de cualquiera. Pero, ¿y si ese gesto cotidiano, ese placer humeante que sostenemos entre las manos cada día, escondiera un riesgo invisible para nuestra salud que depende de un simple número en el termómetro? La respuesta podría cambiar para siempre la forma en que pides tu próxima taza.

La creencia popular asocia un café muy caliente con una mayor calidad o frescura, una percepción errónea que, sin saberlo, nos expone a compuestos químicos indeseables. La mayoría de nosotros damos por sentado que la temperatura a la que se sirve no es un detalle menor, sino un factor crítico que determina su seguridad, una verdad que muchas veces se ignora en la vorágine de la hostelería moderna. Lo que sucede en la taza cuando el mercurio supera un umbral específico es un proceso químico silencioso con implicaciones serias, un secreto a voces en la industria que ahora, gracias a estudios y a la voz de las organizaciones de consumidores, empieza a salir a la luz.

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¿POR QUÉ LAS CAFETERÍAS SIRVEN EL CAFÉ ARDIENDO? EL SECRETO INCONFESABLE

Fuente Pexels

La pregunta es inevitable: si las altas temperaturas son perjudiciales, ¿por qué tantas cafeterías y bares en España insisten en servir el café a punto de ebullición? La primera razón es puramente psicológica y se basa en las expectativas del cliente. Durante décadas, se ha instalado en el imaginario colectivo la idea de que un café humeante, casi hirviendo, es sinónimo de «recién hecho» y de calidad. Muchos consumidores lo exigen así, llegando a devolver una taza si la consideran «fría» o «templada», sin ser conscientes del riesgo que esto implica. Los hosteleros, en un intento por satisfacer al cliente y evitar quejas, a menudo sobrecalientan la leche y el agua por sistema.

La segunda razón es de índole operativa y económica, un secreto menos confesable de la industria. Calentar el café a temperaturas extremas permite mantenerlo durante más tiempo en placas calefactoras o en jarras térmicas sin que se perciba como frío. Esta práctica, habitual en lugares con mucho volumen de trabajo, no solo mantiene una temperatura peligrosa, sino que también degrada organolépticamente la bebida, quemando sus matices más delicados y amargando su sabor. En esencia, se sacrifica la calidad y la seguridad del producto en aras de la eficiencia y de una falsa percepción de frescura, un atajo que puede tener consecuencias para la salud del consumidor habitual.


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