El uso del ibuprofeno se ha convertido en un gesto casi automático en millones de hogares españoles para combatir una amplia gama de molestias, desde un simple dolor de cabeza hasta una contractura muscular. Su popularidad, compartida con su eterno compañero de botiquín, el paracetamol, es tal que a menudo recurrimos a él por inercia, como si fuera una solución universal para cualquier tipo de malestar. Sin embargo, este hábito tan arraigado, transmitido de generación en generación, nos ha llevado a pasar por alto una distinción fundamental que los farmacéuticos no se cansan de recordar, hasta el punto de que rara vez nos detenemos a pensar si es la opción más adecuada para nuestra dolencia específica, lo que puede afectar directamente a la eficacia del tratamiento.
Esta falta de diferenciación entre ambos fármacos, que consideramos casi intercambiables, esconde una realidad farmacológica que puede cambiar por completo nuestra forma de gestionar el dolor. La elección entre uno y otro no debería ser una cuestión de azar o de preferencia personal, sino una decisión informada basada en la naturaleza del problema que buscamos aliviar. Un consejo tan simple como el que ofrecen los profesionales de la farmacia puede ser la clave. De hecho, comprender esta distinción es clave no solo para lograr un alivio más efectivo y rápido, sino también para proteger nuestro organismo de efectos secundarios innecesarios y, en ocasiones, perjudiciales a largo plazo.
4EL COMBATE DECISIVO: ¿CUÁL ELEGIR SEGÚN LA DOLENCIA?

Para ilustrar de forma práctica este consejo farmacéutico, imaginemos dos escenarios muy comunes. El primero: un dolor de cabeza intenso al final de una jornada estresante, sin ningún otro síntoma. En este caso, no hay un componente inflamatorio claro, el dolor se origina por tensión o factores vasculares a nivel cerebral. Utilizar un ibuprofeno sería, como se suele decir, matar moscas a cañonazos; funcionaría, pero estaríamos usando un fármaco más potente y con más efectos secundarios de lo necesario. En esta situación, optar por el paracetamol es la elección más sensata y menos lesiva para nuestro cuerpo.
Ahora, el segundo escenario: una torcedura de tobillo mientras practicamos deporte, que provoca un dolor agudo, hinchazón visible y dificultad para mover la articulación. Aquí el origen del dolor es evidente: la inflamación de los tejidos. Tomar paracetamol aliviaría el dolor de forma parcial, pero no haría nada para reducir la hinchazón, que es la causa principal del malestar y la rigidez. En este caso, el ibuprofeno es el claro vencedor, ya que su acción es doble. Por tanto, el ibuprofeno no solo calmará el dolor de forma eficaz, sino que actuará sobre la raíz del problema al combatir directamente la respuesta inflamatoria del cuerpo.