domingo, 27 julio 2025

El significado de A-113: La historia oculta del código más famoso de Pixar

El universo Pixar está repleto de secretos, guiños y huevos de pascua que los aficionados se dedican a buscar con la devoción de un arqueólogo, pero ninguno es tan persistente y misterioso como el código A-113. Este enigmático conjunto de letras y números aparece de forma casi obsesiva en prácticamente todas las películas del estudio, desde la matrícula del coche de la madre de Andy en Toy Story hasta una etiqueta en un laboratorio en Ratatouille. Es un hilo invisible, un guiño secreto que conecta casi todas sus películas y que, durante años, alimentó todo tipo de teorías entre los seguidores más acérrimos de la compañía de animación.

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Lo que parece un simple detalle recurrente es, en realidad, mucho más profundo: es la llave para entender el origen de la mayor revolución creativa en la historia del cine de animación. Este código no es una fórmula matemática ni una referencia carcelaria, sino el homenaje a un lugar, a un momento y, sobre todo, a un grupo de jóvenes soñadores que cambiarían para siempre la forma de contar historias. Es una marca de pertenencia, una marca de pertenencia a un selecto club de artistas que se forjó en un aula modesta y que hoy domina la industria del entretenimiento mundial, con una sorprendente conexión española en su mismísimo origen.

EL CÓDIGO SECRETO QUE SE CUELA EN CADA PELÍCULA

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La primera vez que muchos espectadores se percataron del código A-113 fue en la ya mítica Toy Story. Aparecía claramente en la matrícula del monovolumen familiar, un detalle que podría haber pasado por casual, si no fuera porque volvió a aparecer una y otra vez. Lo vimos en la cámara de un buzo en Buscando a Nemo, en la puerta de una sala de vistas en Up, en las coordenadas de un misil en Los Increíbles y como número de serie de un vagón de tren en Cars. El patrón era innegable, una especie de firma colectiva que los animadores estampan en sus obras, un sello de autenticidad que va más allá del logotipo de la propia compañía Pixar.

Esta omnipresencia convirtió a A-113 en una leyenda urbana dentro del mundo del cine. Los foros de internet ardían con especulaciones: ¿era el número de un animador despedido? ¿La celda de un famoso criminal? La realidad, como suele ocurrir, era mucho menos truculenta pero infinitamente más interesante. El código no era un misterio oscuro, sino todo lo contrario: un homenaje luminoso, un homenaje a sus orígenes comunes y a los años de formación que sentaron las bases de todo lo que vendría después. Era el recordatorio privado de una época dorada que ahora compartían con millones de espectadores en todo el mundo.

BIENVENIDOS A CALARTS, LA FÁBRICA DE GENIOS

El secreto de A-113 se desvela al viajar a Valencia, pero no a la de España, sino a la de California. Allí se encuentra el California Institute of the Arts, más conocido como CalArts, una universidad fundada en los años 60 por el propio Walt Disney con la visión de crear un centro donde todas las artes pudieran convivir y nutrirse mutuamente. Dentro de sus muros, el aula A-113 estaba destinada al programa de animación de personajes, el epicentro donde se forjó la generación que revolucionaría el cine de animación y que daría lugar al nacimiento de estudios como Pixar.

En las décadas de los 70 y 80, esa sala se convirtió en un hervidero de talento sin precedentes. Por allí pasaron los futuros directores, guionistas y animadores que no solo definirían el estilo visual y narrativo de Pixar, sino de gran parte de la animación estadounidense moderna. El ambiente era de una competitividad sana pero feroz, y de una colaboración constante. Era un lugar donde se impulsaba a los alumnos a encontrar su propia voz, un caldo de cultivo para la experimentación y la camaradería, donde se aprendía tanto de los profesores como de los propios compañeros.

LA «CLASE A-113»: MÁS QUE ALUMNOS, UNA FRATERNIDAD CREATIVA

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Cuando se repasa la lista de alumnos que ocuparon los pupitres del aula A-113, se entiende la magnitud del fenómeno. Nombres como John Lasseter, Brad Bird, Pete Docter, Andrew Stanton o Tim Burton son solo algunos de los integrantes de aquella promoción irrepetible. Todos ellos no solo fueron compañeros de clase, sino amigos, rivales y cómplices en una aventura creativa que continuaría durante décadas. Eran, en esencia, un grupo de jóvenes que compartían no solo aula, sino una visión del futuro de la animación, una visión que rompía con los moldes clásicos y apostaba por historias más complejas y personajes con una profunda carga emocional.

El código A-113 se convirtió así en su símbolo, en la contraseña de su fraternidad. Incluirlo en sus películas era una forma de saludarse a través de la pantalla, un guiño al colega que estaba en otro estudio o en otro proyecto. Era un reconocimiento mutuo de su origen compartido y de la deuda que tenían con aquel lugar. Cada vez que aparece, el código es un tributo a esa época, un recordatorio constante de las lecciones aprendidas y los sueños compartidos que nacieron en esa modesta aula y que acabaron conquistando al mundo entero a través del lenguaje universal de las películas de Pixar.

EL MAESTRO ESPAÑOL QUE MOLDEÓ A LOS CREADORES DE PIXAR

Lo que muchos no saben es que una de las figuras más influyentes para aquella generación de oro de la animación era un español. José Luis «Lois» de la Peña, un animador madrileño que había trabajado en producciones europeas y en estudios de Hanna-Barbera, fue uno de los cuatro profesores fundadores del programa de animación de personajes en CalArts. Se convirtió en el mentor de muchos de los futuros genios de Pixar, una figura clave pero a menudo olvidada en la genealogía de la animación moderna, cuyo impacto fue fundamental en la filosofía del estudio.

Lois de la Peña no se limitaba a enseñar a dibujar; enseñaba a pensar como animadores y, sobre todo, como contadores de historias. Insistía en la importancia de la personalidad del personaje, de la claridad en la pose y de la emoción por encima del virtuosismo técnico. Muchos de sus exalumnos, como Brad Bird, lo recuerdan como un maestro exigente pero inspirador, un hombre que les inculcó los fundamentos que luego aplicarían en obras maestras del cine. Les enseñó, en definitiva, que la técnica sin alma no era más que un dibujo vacío, una lección que se convertiría en el pilar fundamental de cada producción de Pixar.

UN LEGADO QUE TRASPASÓ LAS PAREDES DE PIXAR

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El homenaje al aula A-113 no se quedó confinado dentro de los muros del estudio del flexo. A medida que sus alumnos se dispersaban por la industria, el código viajó con ellos. Brad Bird, uno de sus más fervientes defensores, lo incluyó en sus trabajos fuera de Pixar, como en episodios de Los Simpson que dirigió, en su obra maestra El gigante de hierro e incluso en sus películas de acción real como Misión: Imposible – Protocolo Fantasma. El código se puede ver también en películas de Disney Animation, como Lilo & Stitch o La princesa y el sapo, demostrando que el legado de esa clase va más allá de un solo estudio.

De esta forma, lo que empezó como un chiste interno se ha transformado en un símbolo de excelencia y en una de las tradiciones más bonitas del cine moderno. Es un tributo a una forma de entender la animación, un homenaje a los maestros como Lois de la Peña y a la amistad forjada entre lápices y mesas de luz. Cada vez que un espectador avispado localiza el A-113 en una película, no solo encuentra un huevo de pascua, sino que se asoma a una historia de talento, esfuerzo y camaradería. Es el ADN de la mejor animación del mundo, una pequeña pieza de historia escondida a plena vista, esperando ser descubierta una y otra vez.


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