La DGT ha abierto un nuevo y complejo frente en la batalla por la seguridad vial, uno que ya no se libra solo en el asfalto, sino en los circuitos y el software de nuestros coches. Estamos entrando en una era en la que la tecnología, esa que nos prometieron como un ángel guardián, puede convertirse en un delator inesperado ante las autoridades. El avance imparable de los asistentes a la conducción ha traído consigo una consecuencia imprevista para el conductor medio: la posibilidad de ser multado no por una infracción cometida conscientemente, sino por un fallo invisible en los sistemas que, precisamente, debían evitarla.
Este escenario dibuja un panorama desconcertante para millones de conductores. La responsabilidad sobre el correcto funcionamiento de los sistemas avanzados de asistencia a la conducción (ADAS) recae exclusivamente sobre nuestros hombros, una carga que muchos desconocen hasta que reciben la notificación de la multa. Imaginen la situación: un sensor descalibrado por un bache o un pequeño golpe de aparcamiento, un fallo que no muestra un aviso evidente en el salpicadero, es ahora una deficiencia técnica sancionable a ojos de la Dirección General de Tráfico. Se trata de un nuevo paradigma que nos obliga a entender nuestro vehículo de una forma mucho más profunda.
1EL COPILOTO SILENCIOSO QUE AHORA PUEDE TRAICIONARTE

Los sistemas ADAS, como el asistente de mantenimiento de carril, el control de crucero adaptativo o la frenada de emergencia autónoma, han dejado de ser un extra de lujo para convertirse en un equipamiento estándar. Se nos presentan como un escudo casi infalible contra la distracción y el error humano, un copiloto electrónico que vela por nuestra seguridad en todo momento. Esta masiva implementación, impulsada por las normativas europeas de seguridad, ha generado una dependencia y una confianza ciegas en su correcto funcionamiento por parte de los usuarios, que asumen que estas ayudas son eternas e inmunes a los fallos.
El problema surge cuando esa confianza choca con la realidad del mantenimiento y el desgaste. Estos sistemas no son mágicos; dependen de una red de cámaras, radares y sensores que deben estar perfectamente calibrados para operar con eficacia. La DGT es plenamente consciente de que un sistema ADAS que funciona mal no solo no ayuda, sino que puede convertirse en un peligro activo. Por ello, la normativa equipara su mal estado a una deficiencia grave, como llevar unos neumáticos gastados o unas luces fundidas, trasladando toda la responsabilidad de su puesta a punto al propietario del vehículo.