El ayuno intermitente se ha instalado en nuestras vidas como una de las tendencias de bienestar más aplaudidas y practicadas de los últimos años. Promocionado por gurús y celebridades como la panacea para casi todo, una herramienta casi milagrosa para perder peso y mejorar la salud, ha ganado una legión de seguidores que defienden sus supuestos beneficios con un fervor casi religioso. Sin embargo, tras su fachada de disciplina y optimización corporal, se esconde una realidad mucho más sombría que empieza a encender todas las alarmas en las consultas de psiquiatría y nutrición. Una verdad incómoda que cobra especial virulencia con la llegada del verano y su implacable presión estética.
Lo que se presenta como una simple estrategia para organizar las comidas puede convertirse, con una facilidad pasmosa, en la coartada perfecta para enmascarar conductas restrictivas muy peligrosas. La delgada línea que separa el cuidado personal de la obsesión se desdibuja, y es ahí donde el problema se agiganta. Para muchas personas, especialmente las más vulnerables a la presión social, la línea que separa una práctica de bienestar de un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) es peligrosamente delgada, convirtiendo una moda en un potencial disparador de patologías como la anorexia o la ortorexia. La pregunta es inevitable: ¿estamos realmente ayunando por salud o hemos encontrado una forma socialmente aceptable de castigarnos?
4LA VOZ DE ALARMA DE LOS EXPERTOS: QUÉ SE ESCONDE EN LA MENTE

Los profesionales de la salud mental llevan tiempo advirtiendo de esta peligrosa tendencia. Las consultas de psicólogos y psiquiatras se llenan de pacientes cuyo trastorno alimentario comenzó o se agravó al adoptar el ayuno intermitente como estilo de vida. Para los especialistas, los profesionales de la salud mental están observando un preocupante aumento de casos donde esta práctica actúa como un caballo de Troya, introduciendo o enmascarando patologías como la anorexia nerviosa o la bulimia. La aceptación social de este método permite que la enfermedad progrese durante más tiempo sin ser detectada, dificultando enormemente una intervención temprana.
Desde un punto de vista psicológico, el mecanismo es claro. Para personas con rasgos de personalidad obsesivos, necesidad de control o baja autoestima, el ayuno intermitente ofrece una estructura rígida y predecible que genera una falsa sensación de poder y seguridad. Controlar el hambre y el cuerpo se convierte en una forma de gestionar la ansiedad o el vacío emocional. Sin embargo, lo que empieza como un intento de mejorar la salud deriva en una peligrosa espiral de control y obsesión de la que es muy difícil salir. La práctica deja de ser una elección para convertirse en una compulsión, una cárcel de horarios y reglas que dicta cada aspecto de la vida del individuo.