El ayuno intermitente se ha instalado en nuestras vidas como una de las tendencias de bienestar más aplaudidas y practicadas de los últimos años. Promocionado por gurús y celebridades como la panacea para casi todo, una herramienta casi milagrosa para perder peso y mejorar la salud, ha ganado una legión de seguidores que defienden sus supuestos beneficios con un fervor casi religioso. Sin embargo, tras su fachada de disciplina y optimización corporal, se esconde una realidad mucho más sombría que empieza a encender todas las alarmas en las consultas de psiquiatría y nutrición. Una verdad incómoda que cobra especial virulencia con la llegada del verano y su implacable presión estética.
Lo que se presenta como una simple estrategia para organizar las comidas puede convertirse, con una facilidad pasmosa, en la coartada perfecta para enmascarar conductas restrictivas muy peligrosas. La delgada línea que separa el cuidado personal de la obsesión se desdibuja, y es ahí donde el problema se agiganta. Para muchas personas, especialmente las más vulnerables a la presión social, la línea que separa una práctica de bienestar de un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) es peligrosamente delgada, convirtiendo una moda en un potencial disparador de patologías como la anorexia o la ortorexia. La pregunta es inevitable: ¿estamos realmente ayunando por salud o hemos encontrado una forma socialmente aceptable de castigarnos?
3DE LA DIETA ‘SALUDABLE’ A LA ORTORREXIA: LA FRONTERA INVISIBLE

El camino hacia el trastorno a menudo comienza de forma sutil, bajo la apariencia de una búsqueda de salud. El ayuno intermitente se combina con una selección cada vez más estricta de los alimentos permitidos durante las «ventanas de ingesta». Lo que empieza como un deseo de comer más «limpio» o «natural» puede transformarse en ortorexia nerviosa, la obsesión patológica por la comida considerada saludable. En esta deriva, la obsesión por la ‘calidad’ de la comida puede superar a la preocupación por la nutrición real, llevando a la eliminación de grupos enteros de alimentos y a un miedo irracional a todo lo que se perciba como «impuro» o «procesado».
Esta rigidez creciente va acompañada de un enorme coste emocional y social. La ansiedad ante situaciones que implican comida fuera de control, como una cena con amigos o una celebración familiar, se dispara. El individuo comienza a aislarse para no romper sus propias reglas autoimpuestas, y el sentimiento de culpa tras una «transgresión» es devastador. En este punto, el placer de comer y compartir es reemplazado por un sistema de reglas y castigos autoimpuestos, donde la comida deja de ser fuente de nutrición y disfrute para convertirse en el epicentro de la ansiedad. El ayuno intermitente, en estos casos, no es más que el andamiaje que sostiene una estructura mental profundamente alterada.