El ayuno intermitente se ha instalado en nuestras vidas como una de las tendencias de bienestar más aplaudidas y practicadas de los últimos años. Promocionado por gurús y celebridades como la panacea para casi todo, una herramienta casi milagrosa para perder peso y mejorar la salud, ha ganado una legión de seguidores que defienden sus supuestos beneficios con un fervor casi religioso. Sin embargo, tras su fachada de disciplina y optimización corporal, se esconde una realidad mucho más sombría que empieza a encender todas las alarmas en las consultas de psiquiatría y nutrición. Una verdad incómoda que cobra especial virulencia con la llegada del verano y su implacable presión estética.
Lo que se presenta como una simple estrategia para organizar las comidas puede convertirse, con una facilidad pasmosa, en la coartada perfecta para enmascarar conductas restrictivas muy peligrosas. La delgada línea que separa el cuidado personal de la obsesión se desdibuja, y es ahí donde el problema se agiganta. Para muchas personas, especialmente las más vulnerables a la presión social, la línea que separa una práctica de bienestar de un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) es peligrosamente delgada, convirtiendo una moda en un potencial disparador de patologías como la anorexia o la ortorexia. La pregunta es inevitable: ¿estamos realmente ayunando por salud o hemos encontrado una forma socialmente aceptable de castigarnos?
2VERANO Y OBSESIÓN: LA ‘OPERACIÓN BIKINI’ LLEVA A OTRO NIVEL EL PELIGRO

La llegada del calor y la inminencia de las vacaciones actúan como un potente catalizador para las conductas alimentarias de riesgo. La llamada «operación bikini» impone una presión estética desmedida, generando una urgencia por alcanzar un determinado ideal corporal en un tiempo récord. En este contexto de ansiedad y autoexigencia, la promesa de resultados rápidos lo convierte en el método estrella, la solución aparentemente perfecta para quienes sienten que no llegan a tiempo. El ayuno intermitente se convierte en la herramienta predilecta, no tanto por sus beneficios para la salud a largo plazo, sino por su eficacia como método de restricción calórica severa y veloz, justo lo que la cultura de la inmediatez demanda.
El propio entorno estival fomenta esta espiral. Los días de playa, las piscinas y la ropa ligera aumentan la exposición corporal y, con ella, la autoevaluación y la comparación constante. Para una persona con una autoestima frágil o con predisposición a un trastorno alimentario, este entorno se convierte en un caldo de cultivo perfecto para que las inseguridades florezcan y las conductas restrictivas se intensifiquen. Lo que comenzó como un intento de «cuidarse» para el verano puede derivar en un patrón obsesivo que se perpetúa mucho más allá de la temporada estival, dejando secuelas psicológicas profundas y una relación dañada con la comida y el propio cuerpo.