El ayuno intermitente se ha instalado en nuestras vidas como una de las tendencias de bienestar más aplaudidas y practicadas de los últimos años. Promocionado por gurús y celebridades como la panacea para casi todo, una herramienta casi milagrosa para perder peso y mejorar la salud, ha ganado una legión de seguidores que defienden sus supuestos beneficios con un fervor casi religioso. Sin embargo, tras su fachada de disciplina y optimización corporal, se esconde una realidad mucho más sombría que empieza a encender todas las alarmas en las consultas de psiquiatría y nutrición. Una verdad incómoda que cobra especial virulencia con la llegada del verano y su implacable presión estética.
Lo que se presenta como una simple estrategia para organizar las comidas puede convertirse, con una facilidad pasmosa, en la coartada perfecta para enmascarar conductas restrictivas muy peligrosas. La delgada línea que separa el cuidado personal de la obsesión se desdibuja, y es ahí donde el problema se agiganta. Para muchas personas, especialmente las más vulnerables a la presión social, la línea que separa una práctica de bienestar de un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) es peligrosamente delgada, convirtiendo una moda en un potencial disparador de patologías como la anorexia o la ortorexia. La pregunta es inevitable: ¿estamos realmente ayunando por salud o hemos encontrado una forma socialmente aceptable de castigarnos?
1EL APLAUSO SOCIAL: CUANDO RESTRINGIRSE ESTÁ DE MODA

En una sociedad que glorifica el sacrificio y la fuerza de voluntad, el ayuno intermitente ha encontrado el caldo de cultivo ideal. A diferencia de otras dietas restrictivas que pueden generar preocupación en el entorno, saltarse comidas bajo esta etiqueta recibe a menudo elogios y admiración. Socialmente, esta práctica es vista como un signo de autodisciplina y control, un rasgo deseable en un mundo obsesionado con la productividad y el rendimiento. Nadie cuestiona a quien dice “estoy en mi ventana de ayuno”, pero sí a quien simplemente afirma “hoy no voy a cenar”. Es este beneplácito social el que otorga un peligroso escudo a quienes ya tienen una relación complicada con la comida, permitiéndoles restringir sin levantar sospechas.
A este fenómeno se suma un vocabulario pseudocientífico que lo legitima y lo aleja de la percepción de un simple trastorno. Términos como «autofagia», «biohacking» o «cetosis» envuelven la práctica en un halo de sofisticación y conocimiento avanzado, haciéndola parecer una decisión informada y saludable. Este lenguaje, convierte una simple restricción calórica en una especie de proeza científica personal, lo que dificulta enormemente que la propia persona o su entorno identifiquen las señales de alarma. El ayuno intermitente se disfraza así de ciencia y bienestar, ocultando con éxito el rostro de la obsesión y el control excesivo que puede llevar a un trastorno alimentario.