La historia secreta de los nazis en España es un laberinto de conspiraciones y pactos velados, pero pocos episodios son tan cinematográficos y estratégicamente cruciales como la red de espionaje que montaron en las Islas Canarias durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras el mundo se desangraba en los campos de batalla de Europa, el archipiélago, con su apariencia de remanso de paz bañado por el sol, se convirtió en un nido de espías al servicio del Tercer Reich. Este enclave, aparentemente alejado del conflicto principal, fue en realidad un puesto de vanguardia fundamental para la Kriegsmarine, una pieza clave en el tablero de ajedrez de la Batalla del Atlántico, desde donde se dictaban sentencias de muerte a miles de kilómetros de distancia sobre las frías aguas oceánicas.
El nombre de la operación, ‘Red Winter’, evoca el frío acero de los submarinos que acechaban bajo las olas, pero su epicentro estaba en la cálida tierra canaria. La trama involucraba no solo a agentes alemanes enviados por Berlín, sino también a una red de colaboradores locales, empresarios y simpatizantes que, por ideología o por dinero, traicionaban los secretos del tráfico marítimo aliado. Su misión era simple pero letal: observar, informar y guiar a las manadas de lobos, los temibles U-Boot, hacia sus presas. Descubrir esta historia es asomarse a un capítulo oculto de nuestro pasado, una compleja trama de espionaje que operaba a plena luz del día bajo la ambigua neutralidad del régimen de Franco.
EL ATLÁNTICO A SUS PIES: CANARIAS, EL PORTAAVIONES INSUMERGIBLE DE HITLER
La obsesión del alto mando alemán con las Islas Canarias no era casual. Su posición geoestratégica era, y sigue siendo, de un valor incalculable. Situadas en la encrucijada de las principales rutas marítimas que conectaban Gran Bretaña y Estados Unidos con África, Sudamérica y el Mediterráneo a través de Gibraltar, las islas eran un balcón privilegiado para vigilar cada movimiento del enemigo. Para los planificadores nazis, controlar o, al menos, tener ojos y oídos en el archipiélago era fundamental para estrangular las líneas de suministro aliadas. Por ello, desde el inicio de la contienda, convirtiendo al archipiélago en un punto de observación y apoyo logístico de valor incalculable, se desplegó un esfuerzo considerable para infiltrar la vida civil y militar de las islas, aprovechando la simpatía que el régimen de Franco sentía por las potencias del Eje.
La política de «no beligerancia» de España, que en la práctica suponía una neutralidad favorable a Alemania e Italia, fue el caldo de cultivo perfecto para estas operaciones. Mientras Madrid declaraba oficialmente que no entraría en la guerra, los puertos canarios se convertían en bases oficiosas de avituallamiento para los submarinos y buques de guerra alemanes, que repostaban combustible, agua y víveres con una permisividad escandalosa. Los servicios de inteligencia de los nazis encontraron en esta ambigüedad un paraíso para sus actividades. Con esta cobertura, esta ambigüedad política proporcionó la cobertura perfecta para las actividades encubiertas, permitiendo a los espías moverse con una libertad impensable en cualquier otro territorio neutral y establecer las bases de la que sería una de las redes de información más eficaces de toda la guerra.
LA ‘RED WINTER’: ESPÍAS DE SACO Y CORBATA Y PAISANOS COLABORADORES
La cabeza visible de esta telaraña de espionaje era un personaje enigmático y polifacético: Gustav Winter. Este ingeniero alemán, afincado en Fuerteventura y Gran Canaria, era mucho más que un simple empresario. Bajo una fachada de proyectos agrícolas y turísticos, como la misteriosa Villa Winter en la península de Jandía, se ocultaba el cerebro de la Abwehr (la inteligencia militar alemana) en el archipiélago. Pero Winter no trabajaba solo. Su red, la ‘Red Winter’, estaba compuesta por un elenco de lo más variopinto que incluía a diplomáticos, hombres de negocios alemanes con empresas tapadera, oficiales del ejército español afines al fascismo y, sobre todo, gente corriente. Pescadores, agricultores o empleados portuarios que, a cambio de dinero, formaban una red heterogénea unida por intereses económicos o afinidades ideológicas con el Tercer Reich.
La estructura de la red era capilar y altamente eficiente, diseñada para recopilar información desde múltiples fuentes y transmitirla con la máxima celeridad. Los colaboradores a pie de muelle informaban de la llegada y salida de buques, su carga visible y su posible escolta. Otros, situados en atalayas naturales en las montañas de Gran Canaria o Tenerife, seguían la trayectoria de los convoyes con potentes prismáticos. Toda esta información confluía en nodos centrales, donde agentes alemanes la procesaban y la transmitían a través de potentes emisoras de radio clandestinas, directamente al cuartel general de los U-Boot en Francia. Los nazis habían logrado, aprovechando la geografía de las islas para establecer puestos de vigilancia en puntos estratégicos, crear un sistema de inteligencia formidable a las puertas del Atlántico.
OÍDOS EN TIERRA Y OJOS EN EL MAR: ASÍ OPERABAN LOS ESPÍAS DEL REICH
El modus operandi de la ‘Red Winter’ era una combinación de métodos tradicionales de espionaje y tecnología de la época. La observación visual era la base de todo. Desde puntos elevados como la Isleta en Las Palmas o las cumbres de Anaga en Tenerife, los vigías podían controlar un vasto sector del océano. Anotaban el número de barcos, su tipo (mercantes, petroleros, destructores), la bandera que ondeaban y su rumbo. En un mundo sin satélites ni radares de largo alcance, la información sobre la ruta, la velocidad y la escolta de los barcos aliados era oro puro para el mando naval alemán. Estos datos, aparentemente simples, permitían a los submarinos planificar emboscadas con una precisión letal, esperando a los convoyes en puntos predecibles de su ruta.
Una vez recopilada, la información debía ser transmitida de forma segura y rápida. Aquí entraban en juego las radios clandestinas, a menudo escondidas en fincas rurales o en las trastiendas de negocios tapadera regentados por ciudadanos alemanes. Los mensajes se cifraban utilizando máquinas Enigma o sistemas de codificación manuales y se enviaban en horarios irregulares para evitar ser detectados por la inteligencia británica, que mantenía una escucha constante desde Gibraltar. El trabajo de los espías nazis era un juego mortal del gato y el ratón. Un error en la transmisión o un descuido en la seguridad podía llevar a la detención y al desmantelamiento de una célula, por lo que la discreción y la capacidad de mimetizarse con la población local eran sus mejores armas.
EL ZARPAZO DEL ‘U-BOOT’: CUANDO LA INFORMACIÓN SE CONVERTÍA EN TORPEDOS
La eficacia de la ‘Red Winter’ no era teórica; se medía en toneladas de acero hundido y en vidas humanas perdidas. La información enviada desde Canarias era directamente responsable del éxito de innumerables ataques de los U-Boot. Los submarinos alemanes, operando en las tristemente famosas «manadas de lobos», no navegaban a ciegas. Recibían coordenadas precisas, lo que les permitía ahorrar combustible y posicionarse de forma óptima para interceptar a sus presas. Un convoy que zarpaba de Freetown (Sierra Leona) rumbo a Liverpool era avistado desde Canarias, y esa misma noche, cientos de millas al norte, los torpedos ya estaban en el agua. En la práctica, cada mensaje cifrado enviado desde una casa en Gran Canaria podía significar la sentencia de muerte para cientos de marinos.
El Atlántico se convirtió en un cementerio. Los submarinos comandados por ases como Otto Kretschmer o Günther Prien se beneficiaron enormemente de la inteligencia que les proporcionaban sus compatriotas nazis y colaboradores en las islas. El hundimiento de barcos mercantes buscaba cortar de raíz el flujo de alimentos, armas y materias primas que mantenía viva a Gran Bretaña. El trabajo de la red canaria fue tan efectivo que los británicos, desesperados, llegaron a planear una invasión del archipiélago, la ‘Operación Pilgrim’, para neutralizar la amenaza. Aunque nunca se llevó a cabo, su mera planificación demuestra el pánico que la actividad de los espías nazis generaba en el alto mando aliado, transformando las aguas cercanas a las islas en una de las zonas más peligrosas del Atlántico.
EL OCASO DE LOS LOBOS GRISES: LA CAÍDA DE LA TRAMA Y EL FIN DE LA GUERRA
A partir de 1943, la balanza de la guerra comenzó a inclinarse de forma decisiva a favor de los Aliados. La presión diplomática sobre Franco se intensificó enormemente. Estados Unidos y Gran Bretaña, ya con una posición de fuerza, exigieron al régimen español el cese de toda colaboración con el Eje. Se cortaron los suministros de petróleo y otros bienes esenciales, forzando a Franco a desmantelar, al menos oficialmente, las facilidades que ofrecía a los alemanes. La red de espionaje de los nazis empezó a sentir la soga en el cuello. A esto se sumó la mejora de las tácticas antisubmarinas aliadas y, sobre todo, el descifrado del código Enigma, que dejó a los U-Boot expuestos. La ‘Red Winter’ seguía enviando información, pero sus destinatarios eran cada vez más vulnerables y sus éxitos, más escasos. De repente, la red comenzó a desmoronarse bajo el peso de la presión diplomática y los avances tecnológicos del enemigo.
Con la derrota final de Alemania en 1945, la mayoría de los espías y colaboradores buscaron desaparecer. Gustav Winter, pese a las acusaciones, nunca fue juzgado y murió en Las Palmas en 1971, llevándose muchos de sus secretos a la tumba. Otros agentes alemanes fueron repatriados o se integraron discretamente en la sociedad canaria, mientras que los colaboradores españoles simplemente volvieron a sus vidas, amparados por el silencio y el olvido. La historia de la ‘Red Winter’ es un recordatorio de que las grandes guerras no solo se libran en los frentes, sino también en las sombras, en lugares insospechados. Aunque los nazis perdieron la guerra, su historia permaneció durante décadas como un secreto a voces entre los habitantes de las islas, un eco lejano de los días en que el destino del Atlántico se decidía desde una soleada isla española.