El ‘hombre de Orce’ es más que un simple fósil; es el epicentro de un terremoto científico que lleva cuarenta años sacudiendo los cimientos de la paleontología europea. Hallado en 1982 en el yacimiento granadino de Venta Micena, este pequeño fragmento de cráneo ha sido el protagonista de una de las controversias más enconadas y fascinantes de la ciencia española. Para sus descubridores, liderados por el paleontólogo Josep Gibert, no hay duda: es el resto de un hominino de hace 1,4 millones de años. De ser cierto, estaríamos ante el primer ser humano de Europa, una pieza que amenaza con reescribir los primeros capítulos de la presencia humana en el continente, adelantando su llegada en cientos de miles de años.
Sin embargo, para una parte significativa de la comunidad científica oficial, la historia es muy distinta. El cráneo fue rápidamente desacreditado, llegando a ser atribuido a un équido joven, una afrenta que marcó el inicio de una batalla académica sin cuartel. Desde entonces, el debate no ha cesado, convirtiendo al ‘hombre de Orce’ en un símbolo de la lucha entre la ortodoxia científica y las teorías disruptivas. Es la crónica de un tesoro arqueológico relegado al ostracismo, un enigma científico que enfrenta a una parte de la comunidad investigadora con el ‘establishment’ académico y que plantea una pregunta incómoda: ¿está la ciencia dispuesta a cambiar sus dogmas ante una evidencia que no encaja en el puzle?
EL HALLAZGO QUE PUSO A ORCE EN EL MAPA MUNDIAL
Todo comenzó en el verano de 1982, en la árida cuenca de Guadix-Baza, un lugar que el tiempo parece haber olvidado. Allí, un equipo del Instituto de Paleontología de Sabadell encontró lo que parecía ser la pieza definitiva. El descubrimiento de este polémico fósil, catalogado como VM-0, no fue un hallazgo más entre los miles de restos de fauna prehistórica que atesora la zona. Se trataba de un fragmento de la bóveda craneal que, por su morfología y características, fue identificado como perteneciente a un individuo del género Homo. La noticia corrió como la pólvora, un fragmento de cráneo que parecía desafiar todo lo que se sabía hasta entonces, situando a un pequeño pueblo de Granada en el foco de la paleontología mundial.
La datación del estrato donde se encontró el resto fue el segundo aldabonazo. Los análisis geológicos y paleomagnéticos apuntaban a una antigüedad de entre 1,3 y 1,5 millones de años. Estas cifras eran revolucionarias para la época, ya que los restos humanos más antiguos aceptados en Europa apenas superaban el medio millón de años. Este fósil de Orce, por tanto, no solo adelantaba la película de la evolución humana en el continente, sino que la cambiaba por completo. De repente, lo convertía automáticamente en el primer europeo conocido, un pionero cuya existencia obligaba a replantear todas las rutas migratorias y las teorías sobre el poblamiento inicial de nuestro continente.
¿HOMBRE O CABALLO? LA GUERRA CIENTÍFICA QUE LO CAMBIÓ TODO
La euforia inicial duró poco. Apenas un año después del anuncio, un sector influyente de la paleontología española lanzó un contraataque demoledor. El argumento principal se centraba en una característica anatómica concreta: la ausencia de una cresta occipital interna que, según sus detractores, debía estar presente en un cráneo humano pero no en el de un équido. La conclusión fue tajante y mediáticamente devastadora: el ‘hombre de Orce’ no era un hombre, sino probablemente el resto de un asno joven. La polémica estaba servida, y el valioso fósil, una pieza que había sido portada en revistas científicas de prestigio, quedó envuelto en un manto de descrédito y ridiculización.
El equipo de Josep Gibert nunca aceptó esa versión y defendió con vehemencia la naturaleza humana del resto. Su contraargumento se basaba en que el cráneo pertenecía a un individuo infantil, de unos cinco años, en quien dicha cresta occipital aún no se habría desarrollado por completo, algo documentado en otros homininos infantiles. Aportaron estudios comparativos y análisis de microanatomía que, según ellos, confirmaban la presencia de rasgos inequívocamente humanos. Se desató así una «guerra» de publicaciones científicas y congresos, un pulso académico en el que cada bando defendía su postura con vehemencia, dejando al enigmático fósil en un limbo del que, cuarenta años después, todavía no ha logrado salir del todo.
LA SOMBRA DE ATAPUERCA Y LA ‘GUERRA CIVIL’ DE LA PALEONTOLOGÍA ESPAÑOLA
La controversia del ‘hombre de Orce’ no puede entenderse sin la irrupción de otro protagonista estelar en la paleontología española: los yacimientos de la sierra de Atapuerca, en Burgos. A mediados de los años noventa, el equipo de Atapuerca anunció el hallazgo de Homo antecessor, datado en unos 800.000 años. Este descubrimiento, sólido y respaldado por numerosos restos, fue aclamado internacionalmente y se convirtió en la versión oficial del primer europeo. La atención mediática y los recursos se desviaron hacia el norte, dejando al proyecto de Orce en una situación de aislamiento y falta de apoyos institucionales. El fósil de Granada se convirtió en el pariente pobre e incómodo.
Muchos han interpretado lo ocurrido como una suerte de «guerra civil» en la paleontología española, donde dos modelos de investigación y dos focos geográficos compitieron por la primacía. Mientras Atapuerca se consolidaba como el paradigma del éxito, Orce quedaba como el símbolo del fracaso y la polémica. El debate trascendió lo puramente científico para entrar en el terreno de las rivalidades académicas y los centros de poder. El ostracismo al que fue sometido el ‘hombre de Orce’ es un claro ejemplo de cómo, a veces, un hallazgo revolucionario puede ser apartado si no encaja en el relato dominante o si choca con otros intereses científicos consolidados.
NUEVAS VOCES, NUEVAS TÉCNICAS: ¿TIENE ORCE UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD?
A pesar del rechazo oficial, el yacimiento de Orce ha seguido arrojando luz sobre el pasado. En años posteriores se han encontrado otras evidencias de presencia humana temprana, como un diente de leche de un niño (el niño de Orce), datado en 1,4 millones de años, y una ingente cantidad de industria lítica (herramientas de piedra) en yacimientos cercanos como Barranco León y Fuente Nueva 3. Estas herramientas, cuya autoría humana es indiscutible, demuestran que había homininos en la zona en esa época remota, lo que da un apoyo contextual enorme a la posibilidad de que el cráneo sea también humano. Este nuevo fósil y las herramientas demuestran que, con cráneo o sin él, Orce fue uno de los primeros lugares habitados de Europa.
El tiempo también ha traído nuevas perspectivas y tecnologías. Varios equipos internacionales de investigadores, libres de las antiguas rencillas académicas españolas, han reexaminado el cráneo y han apoyado la tesis original de Gibert. Estudios de morfometría geométrica y microtomografía computarizada han revelado estructuras internas más compatibles con un linaje humano que con el de un animal. Estas nuevas voces científicas han reabierto el debate, sugiriendo que el veredicto inicial contra el ‘hombre de Orce’ fue precipitado y posiblemente erróneo, y reclaman una revisión objetiva del fósil más famoso y polémico de nuestro país.
UN TESORO MALDITO: EL LEGADO DE UN FÓSIL QUE ESPERA JUSTICIA
Hoy, el cráneo de Orce reposa en un museo, a la espera de un veredicto final que quizás nunca llegue. Para el pueblo de Orce y para los herederos científicos de Gibert, el fósil es un tesoro maldito, un símbolo de lo que pudo ser y no fue. La controversia ha dejado cicatrices profundas, pero también ha puesto de manifiesto la increíble riqueza paleontológica de la región, un libro abierto sobre el Pleistoceno inferior que aún tiene muchas páginas por escribir. El ‘hombre de Orce’ se ha convertido en una leyenda, un icono de la resistencia científica frente a la ortodoxia que ha inspirado a una nueva generación de investigadores a no dar nada por sentado.
El legado final de esta historia es tan complejo como el propio fósil. Independientemente de si algún día se alcanza un consenso sobre su identidad, su existencia obligó a la comunidad científica a mirar hacia el sur de España y a considerar seriamente un poblamiento de Europa mucho más antiguo de lo que se creía. Este singular fósil ha generado más debate, más investigación y más pasión que muchos otros restos aceptados sin discusión. Quizás su verdadero valor no reside en la respuesta que ofrece, sino, en la fascinante pregunta que ha mantenido viva durante cuatro décadas, recordándonos que la ciencia avanza a menudo a través de la duda y la controversia.