La última estrategia de la DGT para controlar la velocidad en nuestras carreteras tiene un nombre que evoca una caída inevitable: «cascada». Y no es para menos, porque se basa en una de las costumbres más extendidas y peligrosas al volante, ese acto reflejo de frenar bruscamente justo antes de un radar fijo para, inmediatamente después, volver a pisar el acelerador con alegría. Es un comportamiento tan arraigado, una coreografía casi universal en nuestras autovías y autopistas, que la Dirección General de Tráfico ha decidido utilizar nuestra propia previsibilidad en nuestra contra, diseñando una trampa sutil pero extraordinariamente eficaz para cazar a los infractores.
La brillantez de este método, desde el punto de vista de la vigilancia, reside en su profunda comprensión de la psicología del conductor. Juega con la liberación de tensión que todos sentimos al dejar atrás el objetivo de la cámara del cinemómetro fijo. En ese instante, muchos conductores bajan la guardia, convencidos de haber superado la prueba. Lo que no saben es que, unos pocos kilómetros más adelante, les espera el segundo acto de la función, un control móvil apostado precisamente para sancionar esa recuperación de velocidad. Es la materialización del dicho «quien ríe el último, ríe mejor», una lección de humildad para quienes creen poder burlar al sistema con un simple frenazo.
3EL DEBATE EN LA CARRETERA: ¿AFÁN RECAUDATORIO O SEGURIDAD VIAL REAL?

Como era de esperar, la implementación de este método ha avivado el eterno debate sobre las intenciones de la Dirección General de Tráfico. Desde el punto de vista de muchos conductores, la estrategia en cascada tiene un componente innegable de trampa y se percibe como una medida con un claro afán recaudatorio. El argumento principal de los críticos es que, si el objetivo fuera realmente la seguridad, la presencia del segundo radar también debería estar señalizada. La ocultación del control móvil se interpreta como una voluntad de «cazar» al conductor, que la DGT busca más la sanción económica que la prevención real de accidentes.
Por su parte, la DGT defiende la legalidad y la necesidad de este tipo de controles. Su postura oficial es que el objetivo no es sancionar, sino conseguir un cambio real en el comportamiento de los conductores. Argumentan que la seguridad vial no consiste en respetar un límite de velocidad en un punto concreto de 50 metros, sino en mantener una velocidad adecuada y constante a lo largo de todo el tramo. Desde esta perspectiva, el método en cascada es una herramienta para combatir la hipocresía de quienes solo cumplen la norma cuando se sienten observados, buscando erradicar la peligrosa cultura del «frenazo y acelerón».