La última estrategia de la DGT para controlar la velocidad en nuestras carreteras tiene un nombre que evoca una caída inevitable: «cascada». Y no es para menos, porque se basa en una de las costumbres más extendidas y peligrosas al volante, ese acto reflejo de frenar bruscamente justo antes de un radar fijo para, inmediatamente después, volver a pisar el acelerador con alegría. Es un comportamiento tan arraigado, una coreografía casi universal en nuestras autovías y autopistas, que la Dirección General de Tráfico ha decidido utilizar nuestra propia previsibilidad en nuestra contra, diseñando una trampa sutil pero extraordinariamente eficaz para cazar a los infractores.
La brillantez de este método, desde el punto de vista de la vigilancia, reside en su profunda comprensión de la psicología del conductor. Juega con la liberación de tensión que todos sentimos al dejar atrás el objetivo de la cámara del cinemómetro fijo. En ese instante, muchos conductores bajan la guardia, convencidos de haber superado la prueba. Lo que no saben es que, unos pocos kilómetros más adelante, les espera el segundo acto de la función, un control móvil apostado precisamente para sancionar esa recuperación de velocidad. Es la materialización del dicho «quien ríe el último, ríe mejor», una lección de humildad para quienes creen poder burlar al sistema con un simple frenazo.
2LA TRAMPA EN DOS ACTOS: ASÍ FUNCIONA EL MÉTODO ‘CASCADA’ PARA PILLARTE IN FRAGANTI

La operativa del método en cascada es tan sencilla como efectiva. El primer elemento es un radar fijo, debidamente señalizado y conocido por la mayoría de los conductores habituales de la vía. Este actúa como el cebo, el punto de control que todos esperan y que provoca la ya mencionada secuencia de frenada y aceleración. La verdadera trampa, sin embargo, se encuentra unos kilómetros más adelante, en un punto donde el conductor ya se ha relajado y ha vuelto a su velocidad habitual, que en muchos casos vuelve a ser ilegal. Allí, la DGT despliega el segundo elemento del sistema: un radar móvil.
Este segundo control puede adoptar diversas formas, lo que lo hace aún más difícil de detectar. Puede tratarse de un trípode Velolaser, casi invisible en el arcén o detrás de un guardarraíl, o de un vehículo camuflado de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil, estacionado en un área de servicio o en una incorporación. La clave es su posicionamiento estratégico, lo suficientemente lejos del radar fijo como para que el conductor se sienta seguro, pero lo bastante cerca como para que no le dé tiempo a moderar de nuevo su velocidad. La DGT aprovecha el factor sorpresa, convirtiendo la confianza del infractor en su principal debilidad y garantizando un alto índice de éxito en las sanciones.