El miércoles 16 de julio, la serie Valle Salvaje vuelve a demostrar que es uno de los dramas más adictivos de la televisión. El embarazo inesperado de Julito, la frialdad de su madre y la explosión en el seno de una familia marcarán el punto de inflexión de la historia. Adriana y Julio viven un momento decisivo de su vida que podría marcar el futuro de una pareja. Y en la Casa Pequeña, la tensión llega a su punto de ebullición a través de una de esas revelaciones que lo cambiará todo. La serie encarna como ninguna otra, la construcción de personajes con matices donde se desarrolla un capítulo. Las emociones brotan, las máscaras caen.
2UN POLVORÍN A PUNTO DE ESTALLAR

Mientras el drama conyugal tiene lugar en la Casa Pequeña de Valle Salvaje: contra el aire de confianza que la envuelve, Mercedes y Bernardo llevan hasta el límite la lenta progresión de una guerra económica que ha sido provocada por José Luis, que ha conducido a la carencia de víveres. El estallido ocurre, no obstante, más bien sobre la mesa familiar.
Alejo, un personaje que hasta este momento pendía entre la fidelidad y la insurrección, resulta escindido definitivamente de su padre, a raíz de una escena violenta y dolorosa. José Luis, despreciando a su hijo como lo hace siempre, lo humilla ante todos ellos sin pensar que esta vez ha traspasado una línea muy concreta. Alejo no solo se lleva la escalera por delante, sino que atiza una veracidad que deja a todos ellos en máximo silencio. El salón echa la culpa muy densa, el tipo de silencio que da paso a la insurrección.
El desenlace empieza con un nuevo derrumbe. Mercedes, con lágrimas en los ojos por la rabia que siente de forma contenida, observa a José Luis, mirando con odio y con satisfacción. Alejo ha verbalizado en voz alta lo que todos mantenían en secreto, y el poder del duque ya no es un poder irrefutable. Los dos sirvientes se miran con complicidad; por primera vez alguien ha sido capaz de enfrentarse a la tiranía.
Y lo más inquietante para José Luis, el escenario que le deja Alejo en el estrado es por demás inquietante: ya no puede lidiar con lo que ha dicho; si se pronuncia la rebelión, ya se ha plantado la semilla. La Casa Pequeña ya no es un escenario de sometimiento, sino el lugar de una batalla por la dignidad. Alejo, sin querer, se vuelve el portavoz de una resistencia que ni siquiera sabe que existe.