Así funciona el ‘super radar’ en cascada de la Guardia Civil, una estrategia de vigilancia que ha puesto en jaque a miles de conductores en las carreteras españolas. Todos conocemos la coreografía: al acercarse a un radar fijo, el pie se levanta instintivamente del acelerador para volver a pisarlo con brío una vez superado el control. Es un acto reflejo, casi una costumbre arraigada en el manual no escrito de la conducción. Sin embargo, confiar en esta pauta puede salir muy caro. La Agrupación de Tráfico ha perfeccionado un método que explota precisamente esa confianza, una estrategia diseñada para pillar desprevenidos a los infractores más habituales, aquellos que cumplen la norma solo cuando se sienten observados.
Esta táctica, lejos de ser un rumor o una leyenda urbana, es una realidad operativa y completamente legal que se aplica con creciente frecuencia. El sistema se fundamenta en una premisa psicológica aplastante: la falsa sensación de seguridad que experimenta el conductor tras pasar el radar señalizado. Es en ese momento de relajación, cuando se cree fuera de peligro, donde aguarda la segunda parte de la trampa. Unos kilómetros más adelante, un dispositivo móvil espera pacientemente para registrar la velocidad real, la que se adopta cuando no hay señales de advertencia a la vista. La efectividad del método es tan elevada como la polémica que genera, ya que se basa en la previsibilidad del comportamiento humano al volante para sancionar una conducta muy extendida.
EL JUEGO DEL GATO Y EL RATÓN EN EL ASFALTO

La psicología del conductor es la pieza clave sobre la que se articula toda la estrategia del radar en cascada. El radar fijo funciona como un cebo, un punto de control conocido y visible que condiciona temporalmente el comportamiento. Al superarlo, el cerebro interpreta que la amenaza ha pasado, generando una liberación de la tensión que a menudo se traduce en un aumento inmediato de la velocidad, a veces incluso por encima del límite previo. Es un patrón tan predecible que la Guardia Civil ha aprendido a anticiparlo y utilizarlo como una herramienta de control. De esta manera, la confianza del conductor se convierte en su propia trampa, al revelar su tendencia a incumplir la normativa cuando cree que nadie le vigila.
El objetivo de esta medida, según las autoridades, no es meramente sancionador, sino profundamente conductual. No se busca castigar al conductor despistado, sino al que conscientemente modula su velocidad solo para evitar la multa del radar fijo, para luego seguir infringiendo la ley. La efectividad del sistema reside en su capacidad para generar incertidumbre, para romper esa falsa seguridad y fomentar el respeto constante a los límites. La Guardia Civil pretende con ello que el mensaje cale hondo en los usuarios de la vía, forzando un cambio de mentalidad que vaya más allá de la simple evasión del punto de control y se traduzca en una conducción más segura a lo largo de todo el trayecto.
RADIOGRAFÍA DE UNA EMBOSCADA PERFECTAMENTE LEGAL
El montaje operativo del sistema en cascada es relativamente sencillo pero tremendamente eficaz. La primera parte es el radar fijo, debidamente señalizado y conocido por la mayoría de los conductores habituales de la vía, que actúa como el elemento disuasorio inicial. La segunda parte, el verdadero núcleo de la estrategia, se despliega uno o varios kilómetros después. En este punto, los agentes de la Guardia Civil sitúan un cinemómetro móvil, que puede estar ubicado en un coche patrulla, un vehículo camuflado o un trípode estratégicamente oculto tras un quitamiedos o vegetación. La ubicación se elige cuidadosamente para que sea prácticamente indetectable para el conductor que acaba de acelerar.
La tecnología empleada en estos controles móviles es avanzada y muy precisa. Los cinemómetros láser o Doppler que utiliza la Guardia Civil son capaces de medir la velocidad de un vehículo en décimas de segundo y a una distancia considerable, tanto de frente como por detrás. Esto anula casi cualquier posibilidad de reacción por parte del infractor. Para cuando el conductor se percata de la presencia del control móvil, si es que llega a hacerlo, su velocidad ya ha sido registrada y la sanción está en camino. Por tanto, una vez que el conductor lo percibe visualmente ya es demasiado tarde para corregir la velocidad, garantizando así la efectividad de la multa.
LA LETRA PEQUEÑA: ¿ES ESTA PRÁCTICA IMPUGNABLE?

Una de las preguntas más recurrentes entre los conductores sancionados por este método es sobre su legalidad. La respuesta es rotunda: la instalación de un radar móvil después de uno fijo es una práctica completamente legal y no constituye ningún tipo de abuso de autoridad. La normativa de tráfico es clara al respecto y los límites de velocidad deben respetarse en todo el tramo de la vía, no solo en los metros que preceden a una señal de radar. La Guardia Civil está plenamente facultada para establecer controles de velocidad en cualquier punto de la red de carreteras, ya que la obligación de respetar los límites de velocidad se aplica a la totalidad de la vía, no a puntos concretos.
Por tanto, intentar recurrir una multa argumentando que se trata de una «trampa» o una práctica «engañosa» está abocado al fracaso. La única vía para impugnar con ciertas garantías una sanción de este tipo es la misma que para cualquier otra multa de velocidad. Se debe comprobar que la notificación incluye todos los datos correctos, que el cinemómetro utilizado cuenta con el certificado de calibración en vigor y que se ha aplicado correctamente el margen de error legal. En última instancia, el éxito de una posible reclamación dependerá de errores formales o técnicos en la sanción, pero nunca de la legalidad del método empleado por la Guardia Civil.
PUNTOS CALIENTES: DÓNDE SUELE CAER LA RED
Aunque la Guardia Civil puede desplegar este sistema en cualquier carretera, existen ciertos patrones que delatan las ubicaciones más probables. Los puntos preferidos para instalar el radar en cascada son, lógicamente, las largas rectas que suceden a un control de velocidad fijo, especialmente en autovías y autopistas. Son lugares donde, tras la tensión de pasar el radar, el conductor se relaja y tiende a recuperar o superar la velocidad de crucero que llevaba. Se trata de una elección estratégica, pues son tramos de carretera que invitan a pisar el acelerador tras superar la vigilancia conocida, maximizando así las probabilidades de cazar a los infractores.
No obstante, esta táctica no es exclusiva de las grandes vías rápidas. También es frecuente encontrarla en carreteras secundarias con un alto índice de siniestralidad, donde un radar fijo sirve para calmar la velocidad en un punto negro concreto, mientras que el control móvil posterior asegura que la prudencia se mantiene en los kilómetros siguientes. La clave para la Guardia Civil es siempre la misma: identificar un patrón de comportamiento infractor y actuar en consecuencia. Por ello, la adaptabilidad de esta táctica permite su despliegue en casi cualquier tipo de carretera donde se detecte este efecto de aceleración post-radar, convirtiendo cualquier tramo en una zona potencial de control.
SEGURIDAD VIAL FRENTE A AFÁN RECAUDATORIO: EL ETERNO DEBATE

La justificación oficial que ofrece la Guardia Civil para el uso del radar en cascada se centra exclusivamente en la seguridad vial. Argumentan que el exceso de velocidad sigue siendo uno de los principales factores concurrentes en los accidentes de tráfico con víctimas mortales y que esta estrategia se enfoca en el comportamiento de riesgo de acelerar después de un control. Desde esta perspectiva, la medida es una herramienta necesaria para pacificar el tráfico y proteger vidas, ya que el objetivo final es la reducción de la siniestralidad en puntos negros y tramos de alta concentración de accidentes. La sanción económica, defienden, es solo la consecuencia del incumplimiento y un medio para disuadir futuras infracciones.
Sin embargo, una parte importante de los conductores percibe esta práctica de una manera muy distinta. Para muchos, el ocultamiento deliberado del segundo radar responde más a un afán recaudatorio que a un interés genuino por la seguridad. La sensación de ser cazado en una «emboscada» genera malestar y alimenta la idea de que la administración busca engrosar sus arcas a costa de los ciudadanos. Este debate entre la seguridad y la recaudación es tan antiguo como los propios radares, pero el método en cascada lo aviva con especial intensidad, debido a la percepción de que se prioriza la sanción sobre la prevención visible.