La ITV es el examen anual al que se enfrentan nuestros vehículos, una prueba que muchos conductores ven como un mero trámite administrativo, pero que en realidad es un pilar fundamental para la seguridad en nuestras carreteras. Sin embargo, más allá de las evidentes revisiones de luces, frenos o emisiones, existe un fallo mecánico silencioso y traicionero que puede estar gestándose bajo nuestros pies sin dar la más mínima señal. Nos referimos a la holgura excesiva en la dirección o en las rótulas de suspensión, un problema que puede pasar completamente desapercibido para el conductor en el día a día y que, sin embargo, constituye un defecto grave que garantiza un suspenso directo en la inspección.
Este enemigo invisible no suele manifestarse con ruidos estridentes ni con vibraciones alarmantes en sus fases iniciales, lo que lo convierte en un peligro latente. El conductor puede acostumbrarse a una dirección ligeramente más imprecisa sin ser consciente de la gravedad del asunto. La cruda realidad se revela de golpe en el foso de la estación de inspección, cuando el técnico, con un movimiento certero, desvela la existencia de ese juego anómalo que compromete la estabilidad del coche. Es en ese preciso instante cuando un simple trámite se convierte en la constatación de una amenaza real para nuestra seguridad y la de los demás en la carretera, un aviso que nunca debemos ignorar.
1EL ENEMIGO INVISIBLE BAJO TU COCHE: ¿QUÉ ES LA FAMOSA HOLGURA?

Para entender qué es la holgura, imaginemos el sistema de dirección y suspensión como el esqueleto de un atleta. Está compuesto por una serie de brazos, articulaciones y conexiones que deben trabajar en perfecta sincronía. La holgura es, en esencia, la aparición de un juego o movimiento excesivo en esas articulaciones, conocidas como rótulas. Es como si una de las articulaciones de ese atleta, como el hombro o la rodilla, se aflojara, perdiendo su firmeza y precisión. En el coche, un desgaste en las piezas que conectan la dirección con las ruedas provoca que estas no respondan de forma instantánea y precisa a las órdenes que damos con el volante.
La razón por la que este defecto es tan sigiloso es que su aparición suele ser progresiva. No es un fallo que surja de la noche a la mañana. El desgaste se va produciendo lentamente, kilómetro a kilómetro, bache a bache. El conductor, que utiliza el coche a diario, se va adaptando inconscientemente a esa pequeña pérdida de eficacia en la dirección, asumiéndola como algo normal. Sin embargo, lo que realmente está ocurriendo es que esta falta de precisión se traduce en una dirección menos directa y fiable, un defecto que solo se hace evidente cuando se somete al vehículo a una prueba específica y rigurosa.