El calor no solo nos llama a zambullirnos en el mar o a explorar senderos olvidados, sino que también reta a nuestra piel a sobrevivir a jornadas maratonianas de sol y viento. Ese torrente de luz, salitre y altura obliga a establecer un protocolo casi militar para no pasarnos de frenada y acabar con la dermis suplicando auxilio. Hay que cuidar la piel.
Por eso, antes de llenar la nevera de bebidas frías o planear excursiones hasta el pico más alto, conviene diseñar un plan de acción que proteja y recomponga la barrera cutánea. Así evitamos arrancar la toalla con la piel estropeada y, en lugar de recuerdos de quemazón, nos quedamos con el placer de un bronceado sano y duradero.
9Rutina de reposición tras la exposición

Terminado el día, la rutina nocturna es el gran ariete reparador. Aplicar un sérum nocturno con antioxidantes o péptidos ayuda a regenerar las fibras de colágeno y mantener la firmeza.
Acompaña el sérum con una crema reparadora más untuosa, y aprovecha la noche para dejar actuar ingredientes que, de día, podrían resultar demasiado densos. De vez en cuando, incorpora un par de gotas de aceite de rosa mosqueta o caléndula para un plus de nutrición.