El calor no solo nos llama a zambullirnos en el mar o a explorar senderos olvidados, sino que también reta a nuestra piel a sobrevivir a jornadas maratonianas de sol y viento. Ese torrente de luz, salitre y altura obliga a establecer un protocolo casi militar para no pasarnos de frenada y acabar con la dermis suplicando auxilio. Hay que cuidar la piel.
Por eso, antes de llenar la nevera de bebidas frías o planear excursiones hasta el pico más alto, conviene diseñar un plan de acción que proteja y recomponga la barrera cutánea. Así evitamos arrancar la toalla con la piel estropeada y, en lugar de recuerdos de quemazón, nos quedamos con el placer de un bronceado sano y duradero.
7Exfoliación moderada y puntual

Eliminar las células muertas una vez por semana ayuda a que el protector y la crema reparadora penetren mejor. Un peeling suave evita obstrucciones y mantiene la piel uniforme, reduciendo la aparición de brotes o asperezas tras el sol.
No caigas en la tentación de frotar sin piedad: la agresión excesiva rompe la barrera cutánea y potencia la sensibilidad al sol. Lo ideal es apostar por productos con partículas finas y completar con un suave masaje circular que despierte la circulación sin irritar.