El calor no solo nos llama a zambullirnos en el mar o a explorar senderos olvidados, sino que también reta a nuestra piel a sobrevivir a jornadas maratonianas de sol y viento. Ese torrente de luz, salitre y altura obliga a establecer un protocolo casi militar para no pasarnos de frenada y acabar con la dermis suplicando auxilio. Hay que cuidar la piel.
Por eso, antes de llenar la nevera de bebidas frías o planear excursiones hasta el pico más alto, conviene diseñar un plan de acción que proteja y recomponga la barrera cutánea. Así evitamos arrancar la toalla con la piel estropeada y, en lugar de recuerdos de quemazón, nos quedamos con el placer de un bronceado sano y duradero.
1Empieza por el escudo diario para cuidar la piel

Aplicar protector solar no es un capricho, es cuidar la piel: es la base innegociable para cuidar la piel desde que sale el sol hasta que se esconde tras la línea del horizonte. Adoptar el gesto de extender crema cada dos horas evita quemaduras que el bronceado intenta disimular sin éxito, y garantiza que no termines con ampollas o descamaciones a mitad de viaje.
Otra cosa… no vale con embadurnarse una vez y olvidarse. El sudor, el roce de la toalla y los chapuzones borran la capa protectora. Por eso, lleva siempre tu bote a cuestas y reaplica con generosidad en orejas, cuello, escote y manos, zonas donde el sol incide con más fuerza y suele pasar inadvertido la importancia de cuidar la piel.