La infanta Elena pudo haber sido la reina de España. Quienes siguen de cerca la historia reciente de la Casa Real española saben que la biografía de la infanta Elena está llena de momentos tan brillantes como dolorosos. Primogénita del entonces príncipe Juan Carlos y de la princesa Sofía, parecía destinada a ocupar un lugar central en la monarquía. Sin embargo, su nombre quedó relegado a un discreto segundo plano cuando se aprobó la Constitución de 1978 y, con ella, se mantuvo la preferencia del varón sobre la mujer en la línea de sucesión.
Según ha recordado la periodista Pilar Eyre en varios artículos publicados en el portal Lecturas.com, fue el propio Juan Carlos quien frenó cualquier posibilidad de que su hija llegara al trono, y lo hizo con una frase tan contundente como enigmática: “Mi hija mayor no está en condiciones de reinar”.
2Motivos que nunca se explicaron

A falta de versión oficial, los rumores apuntaron a posibles dificultades de aprendizaje en la infancia de la infanta, a cierta timidez extrema o a un presunto problema físico que nunca llegó a hacerse público. Sin embargo, nada de eso ha sido demostrado. De hecho, la infanta Elena cursó estudios en la prestigiosa Universidad de Comillas y ha desarrollado una vida profesional vinculada a instituciones culturales y deportivas.
Otra teoría es que la personalidad de la infanta —espontánea, poco amiga del protocolo— no encajaba en la idea de Juan Carlos sobre lo que debía ser un monarca. Quienes la conocen destacan su cercanía y un entusiasmo algo desordenado que, quizá, se interpretó en Zarzuela como falta de la llamada “auctoritas” regia. No obstante, esas mismas cualidades la habrían convertido en una figura popular entre parte de la ciudadanía, algo que nunca llegó a ponerse a prueba.
Finales de los setenta y principios de los ochenta fueron años de gran inestabilidad en España. Juan Carlos necesitaba proyectar la imagen de un reinado sólido y sin grietas. Y, para ello, contar con un heredero varón encajaba mejor en la tradición y evitaba la polémica de cambiar las reglas en pleno proceso constituyente. Según relata Pilar Eyre, el rey prefirió “no abrir ese melón” y desligar la cuestión sucesoria de la reforma política.