El reality show puede ser algo positivo y negativo a la vez: te convierte en estrella, pero también te devora. José Carlos Montoya, el sevillano que ha conseguido millones de espectadores en La isla de las tentaciones y Supervivientes 2025, ha optado por alejarse de la luz pública después de meses y meses de estar expuesto a través de una pantalla. Dos semanas después de su marcha, concursante ha escrito un conmovedor mensaje en Instagram donde explica que se ha alejado de los medios y que recibe ayuda profesional para recuperar su bienestar.
2EL MONSTRUO DE LA FAMA
La industria del entretenimiento difícilmente hace la pregunta: ¿hasta dónde lo es? Montoya cuenta que incluso después de su salida de Supervivientes no dejaron de hablar de él, de enviar equipos a su casa especulando sobre él. «Es imposible curarse. El show debe continuar», explica con amargura.
La salud mental sigue siendo una cuestión tabú en la televisión. En los televisores, los realities se alimentan de la pelea, de lágrimas, de mamadas y nadie se preocupa de qué sucede con los concursantes después. Montoya no es la primera persona que cae, pero sí uno de los pocos que ha levantado la voz. En un momento en el que hay cada vez más rostros que piden un trato humano en la ficción, su discurso agita las aguas.
Lo peor es la normalización de la miseria en el entretenimiento. «El monstruo de la mentira», como él lo llama, no es un enemigo abstracto: son las dinámicas tóxicas de un medio que se alimenta de escándalos por encima de la dignidad. Cuando se desdibujan e intercambian los principios de realidad y espectáculo, las víctimas son siempre las mismas.
Los formatos de telebasura (tal como lo califican sus detractores), operan en base a una lógica perversa, de tal forma que para más humillar o poner en evidencia a un concursante, más audiencia genera. A Montoya acabaron convirtiéndolo en un marioneta emocional y su de-sastre estuvo lucrado a expensas de unos productores sin escrúpulos.
La responsabilidad no deviene únicamente de las cadenas, sino que también es cosa del público. ¿Por qué nos fascina ver devorar a alguien? Montoya lo tiene claro: «La gente quiere héroes y villanos. Se olvida de que detrás hay personas». Su reflexión lleva al cuestionamiento de cuál es nuestro papel como espectadores pasivos de un circo que aniquila vidas.