Extremadura se despliega ante el viajero como un lienzo donde la historia ha dejado huellas imborrables, un tapiz tejido con el esplendor de Roma, la reciedumbre de los conquistadores y el sabor ancestral de una gastronomía que es pura poesía para el paladar. Proponer una ruta de tres días por esta tierra es apenas un aperitivo, una invitación a sumergirse en un legado que sorprende a cada paso, un itinerario que promete despertar los sentidos y conectar con la esencia más auténtica de la península. Desde la imponente Mérida hasta la señorial Zafra, pasando por la monumental Trujillo y el espiritual corazón de Guadalupe, el camino es una revelación constante.
Este no es un viaje cualquiera; es una inmersión en un ritmo distinto, donde el tiempo parece discurrir con la calma de sus dehesas y la solemnidad de sus piedras milenarias. Lejos del bullicio de otros destinos, esta región ofrece una experiencia genuina, una oportunidad para redescubrir el placer de viajar sin prisas, maravillándose con la belleza austera de sus paisajes y la calidez de sus gentes. Preparar la maleta para esta aventura es embarcarse en un descubrimiento que combina la grandeza del pasado con los placeres más terrenales, una escapada que, sin duda, dejará una huella imborrable en la memoria del visitante.
DÍA 1: MÉRIDA, EL ECO IMPERIAL DE ROMA EN TIERRAS DE EXTREMADURA
La jornada inaugural de esta travesía por Extremadura nos sumerge de lleno en la grandiosidad del Imperio Romano al poner pie en Augusta Emerita, la actual Mérida. Fundada por orden del emperador Octavio Augusto en el año 25 a.C., la ciudad se erigió como capital de la Lusitania y pronto se convirtió en un referente de la romanización en Hispania, un esplendor que aún hoy se respira al pasear por su vasto conjunto arqueológico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. El Teatro y el Anfiteatro romanos son, quizás, sus joyas más icónicas, escenarios que, tras dos milenios, siguen vibrando con la emoción de espectáculos y la evocación de luchas de gladiadores.
Pero Mérida es mucho más que sus dos monumentos estrella; es un museo al aire libre donde cada rincón cuenta una historia. El Puente Romano sobre el Guadiana, uno de los más largos de la antigüedad, sigue desafiando el paso del tiempo, mientras que el Templo de Diana, el Arco de Trajano o los restos del Circo Romano nos transportan a una época de magnificencia, un legado que se complementa con el impresionante Museo Nacional de Arte Romano, diseñado por Rafael Moneo, que alberga una colección excepcional de mosaicos, esculturas y objetos cotidianos. Dedicar el primer día a explorar esta urbe es comprender la profunda huella que Roma dejó en Extremadura y en toda la península.
DÍA 2 (MAÑANA): TRUJILLO, CUNA DE CONQUISTADORES Y TESOROS ARQUITECTÓNICOS
Tras el festín romano, la ruta nos conduce hacia el este, adentrándonos en el corazón de la provincia de Cáceres hasta alcanzar Trujillo, una ciudad que se alza orgullosa sobre un batolito granítico, dominando el paisaje. Cuna de hombres ilustres que partieron a la conquista del Nuevo Mundo, como Francisco Pizarro, su imponente estatua ecuestre preside la Plaza Mayor, un espacio porticado de singular belleza, considerado uno de los más monumentales de España y punto neurálgico de la vida trujillana. El legado de los conquistadores se palpa en los numerosos palacios y casas señoriales que jalonan sus empinadas calles, testigos de la riqueza que fluyó desde América.
El castillo de origen árabe, reconstruido por los cristianos, ofrece unas vistas panorámicas espectaculares de la llanura extremeña y del propio entramado urbano, un laberinto de callejuelas empedradas que invitan a perderse y descubrir iglesias como la de Santa María la Mayor, con su torre románica, o la de Santiago. Trujillo es un libro de historia abierto, una lección viva sobre el pasado de Extremadura y el impacto de sus hijos en el devenir del mundo, un lugar donde la piedra susurra leyendas de épocas pasadas y el espíritu aventurero parece impregnar el ambiente.
DÍA 2 (TARDE): GUADALUPE, FARO DE ESPIRITUALIDAD Y BELLEZA EN LAS VILLUERCAS
La tarde del segundo día nos reserva un encuentro con la espiritualidad y la belleza natural en uno de los rincones más emblemáticos de Extremadura: el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe. Enclavado en la comarca de Las Villuercas, este impresionante conjunto arquitectónico, también Patrimonio de la Humanidad, es un crisol de estilos gótico, mudéjar, renacentista, barroco y neoclásico, reflejo de sus más de seis siglos de historia y de su importancia como uno de los principales centros de peregrinación de la cristiandad. La imagen de la Virgen de Guadalupe, patrona de Extremadura y Reina de la Hispanidad, atrae a fieles y curiosos por igual.
Explorar sus claustros, el mudéjar y el gótico, la sacristía –conocida como la «Capilla Sixtina española» por sus lienzos de Zurbarán–, el camarín de la Virgen o sus museos de bordados y libros miniados es una experiencia sobrecogedora. El entorno natural que rodea Guadalupe, con las sierras del Geoparque Villuercas-Ibores-Jara, añade un atractivo adicional, un paisaje de montañas y valles que invita a la contemplación y al senderismo, complementando la riqueza monumental con la serenidad de la naturaleza. Esta parada es un bálsamo para el alma y un deleite para la vista.
LA DEHESA EXTREMEÑA: SANTUARIO DEL IBÉRICO Y CATEDRAL GASTRONÓMICA
Ningún viaje por Extremadura estaría completo sin rendir homenaje a su producto estrella: el jamón ibérico de bellota. La dehesa, ese ecosistema único formado por encinas y alcornoques, es el paraíso donde se cría en libertad el cerdo ibérico, un animal que durante la montanera se alimenta de bellotas, confiriendo a su carne unas cualidades organolépticas excepcionales que lo convierten en un manjar reconocido mundialmente. Esta vasta extensión de terreno no solo define el paisaje de gran parte de la región, sino que es el pilar de una cultura gastronómica profundamente arraigada.
Probar un buen jamón con Denominación de Origen Dehesa de Extremadura es una obligación placentera, pero la riqueza culinaria va mucho más allá. Las migas extremeñas, la caldereta de cordero, la Torta del Casar o el Pimentón de la Vera son solo algunos ejemplos de una cocina de sabores auténticos, basada en productos de la tierra de primera calidad y recetas transmitidas de generación en generación. Los pueblos blancos del sur, como Zafra, son lugares ideales para degustar estas delicias y comprender por qué la gastronomía es una parte tan fundamental de la identidad de Extremadura.
DÍA 3: ZAFRA, «SEVILLA LA CHICA», Y EL ENCANTO DE LOS PUEBLOS BLANCOS DEL SUR
La última jornada nos lleva al sur de la provincia de Badajoz, a Zafra, conocida popularmente como «Sevilla la Chica» por su encanto y su ambiente animado. Su casco histórico, declarado Conjunto Histórico-Artístico, es un entramado de plazas porticadas, como la Plaza Grande y la Plaza Chica, conectadas por el Arquillo del Pan, que evocan un pasado de ferias y mercados que aún hoy perviven con la famosa Feria Internacional Ganadera. El imponente Alcázar de los Duques de Feria, hoy Parador de Turismo, domina el perfil de la ciudad y es un testimonio de su importancia estratégica.
Zafra es también la puerta de entrada a una ruta de pueblos blancos que salpican el sur de Extremadura, localidades como Llerena o Jerez de los Caballeros, que comparten una arquitectura de casas encaladas, calles estrechas y un aire que recuerda a la cercana Andalucía. Estos pueblos, a menudo coronados por castillos y rodeados de dehesas, ofrecen una visión más íntima y sosegada de la región, un broche de oro para un viaje que combina la monumentalidad con la sencillez, la historia con los placeres sencillos de la vida. Culminar la ruta aquí es llevarse la esencia de una Extremadura diversa y llena de contrastes.