El universo de las apps en nuestros móviles esconde un secreto a voces, uno que muchos intuyen pero pocos se atreven a confirmar: nuestros teléfonos son capaces de rastrear nuestra ubicación incluso cuando no estamos utilizando activamente ninguna aplicación. Parece sacado de una película de espías, pero es la cruda realidad cotidiana para millones de usuarios que, sin saberlo, llevan un pequeño delator en el bolsillo. La clave de este seguimiento silencioso reside en un permiso específico, a menudo concedido con demasiada ligereza, que permite a las aplicaciones acceder a nuestra localización en segundo plano, dibujando un mapa de nuestros movimientos sin que seamos plenamente conscientes de ello.
Esta capacidad de seguimiento continuo, lejos de ser una función reservada a complejas herramientas de seguridad, está integrada en el funcionamiento básico de muchos servicios que usamos a diario. El problema no radica tanto en las apps que necesitan conocer dónde estamos para funcionar correctamente, como los mapas o el pronóstico del tiempo, sino en aquellas que solicitan este acceso sin una justificación clara, acumulando datos que, en el mejor de los casos, sirven para ofrecernos publicidad hipersegmentada. La cuestión es si estamos dispuestos a pagar ese peaje de privacidad y, lo más importante, si somos conscientes de que tenemos el poder de decir «hasta aquí».
3¿POR QUÉ TANTAS APPS QUIEREN SABER DÓNDE ESTÁS TODO EL TIEMPO?

La respuesta corta es sencilla: dinero. Los datos de ubicación son extremadamente valiosos en el mercado de la publicidad digital, ya que permiten a los anunciantes dirigir sus campañas con una precisión quirúrgica, impactando a los consumidores en función de los lugares que frecuentan o por los que simplemente pasan. Una tienda puede mostrarte una oferta justo cuando pasas por delante, o una marca puede identificar patrones de comportamiento para inferir tus intereses y necesidades futuras. Este nivel de segmentación es el santo grial para el marketing, y las apps son el vehículo perfecto para obtener la materia prima necesaria.
Pero la monetización de nuestros datos de ubicación no se limita a la publicidad directa. Esta información también se utiliza para enriquecer perfiles de usuario que luego se venden a terceros, para realizar estudios de mercado, e incluso para análisis predictivos sobre tendencias de movilidad o consumo. El problema se agrava cuando pensamos en la seguridad de estos datos, puesto que una brecha de seguridad podría exponer no solo nuestros hábitos, sino también nuestra dirección de casa, lugar de trabajo o los colegios de nuestros hijos, información sensible que en manos equivocadas podría tener consecuencias nefastas. La conveniencia aparente de algunas funcionalidades basadas en la ubicación constante raramente compensa los riesgos inherentes a esta recolección masiva de datos por parte de numerosas apps.