El universo de las apps en nuestros móviles esconde un secreto a voces, uno que muchos intuyen pero pocos se atreven a confirmar: nuestros teléfonos son capaces de rastrear nuestra ubicación incluso cuando no estamos utilizando activamente ninguna aplicación. Parece sacado de una película de espías, pero es la cruda realidad cotidiana para millones de usuarios que, sin saberlo, llevan un pequeño delator en el bolsillo. La clave de este seguimiento silencioso reside en un permiso específico, a menudo concedido con demasiada ligereza, que permite a las aplicaciones acceder a nuestra localización en segundo plano, dibujando un mapa de nuestros movimientos sin que seamos plenamente conscientes de ello.
Esta capacidad de seguimiento continuo, lejos de ser una función reservada a complejas herramientas de seguridad, está integrada en el funcionamiento básico de muchos servicios que usamos a diario. El problema no radica tanto en las apps que necesitan conocer dónde estamos para funcionar correctamente, como los mapas o el pronóstico del tiempo, sino en aquellas que solicitan este acceso sin una justificación clara, acumulando datos que, en el mejor de los casos, sirven para ofrecernos publicidad hipersegmentada. La cuestión es si estamos dispuestos a pagar ese peaje de privacidad y, lo más importante, si somos conscientes de que tenemos el poder de decir «hasta aquí».
2UBICACIÓN EN SEGUNDO PLANO: EL PERMISO CLAVE QUE PASAMOS POR ALTO

El permiso de «ubicación en segundo plano» es precisamente el que autoriza a una aplicación a acceder a los datos de geolocalización de nuestro dispositivo aunque no la estemos utilizando de manera directa. Mientras que conceder acceso a la ubicación «mientras se usa la app» puede ser razonable para servicios que lo requieren puntualmente, permitir el rastreo continuo abre la puerta a una monitorización constante que pocas veces está justificada para la mayoría de las apps. Es fácil pasar por alto la diferencia entre estas opciones al instalar una nueva aplicación o al aceptar sus términos sin leer la letra pequeña, un descuido que puede tener consecuencias significativas para nuestra privacidad.
El verdadero peligro radica en la acumulación de estos datos y en el desconocimiento generalizado sobre cómo y cuándo se recopilan. Muchas apps solicitan este permiso de forma predeterminada, confiando en la inercia del usuario para obtenerlo, lo que convierte a nuestros teléfonos en dispositivos de rastreo pasivo, alimentando bases de datos con información detallada sobre cada uno de nuestros movimientos. Desactivar este permiso para aquellas aplicaciones que no lo necesiten imperiosamente es un primer paso fundamental para recuperar una parcela de nuestra intimidad digital que, sin darnos cuenta, hemos cedido.