La importancia de la decisión no escrita y un secreto a medias marca el ritmo del próximo capítulo de La Promesa. Manuel se encuentra atrapado en una situación, en la que debe decidir si lee o no la carta que Cruz le hizo llegar. Mientras tanto, la casa se prepara para una celebración que va más allá de lo protocolario; es un lugar donde las ambiciones, los errores y las lealtades se ponen a prueba. Adriano y Catalina clavan un legado, pero son pequeños detalles los que acaban por hacer tambalear el ya frágil estado de equilibrio establecido.
2LA FIESTA PERFECTA EN LA PROMESA

Adriano y Catalina pasan a ser la carga de un apellido que invoca la excelencia en La Promesa. La celebración no sería un acto exclusivamente social; sería un examen público que someterá examen a cada uno de los aspectos que la constituyan. Ignacio, por la parte que le toca como futuro conde, sabe que un error puede comprometer su reputación. Catalina admite lo difícil que le resulta mantener sus aspiraciones familiares a buen recaudo de la justicia de una familia que no perdona.
Petra, a la cabeza de su ejército, es quien sostiene la fachada de la excelsitud. Las broncas que lanza la señora a los sirvientes no son mera falta de respeto; suponen intentos desesperados por hacer que una situación que se le escapa de la mano se resuelva. Cada vaso que no está en el lugar indicado, cada plato que aparece al final difícilmente se convierte en una simple grieta en la imagen que la familia tiene que mostrar.
Pero detrás de los candelabros y de los vestidos de gala la fiesta es, además, el campo de batalla en el que se sostienen guerras privadas. Lisandro, por medio del agasajo de su fiesta, podría llegar a restablecer alianzas peligrosas, y el que no esté Manuel se nota, y claro que se nota. En La Promesa las fiestas nunca son meras fiestas: son el preludio del caos.
Los asistentes, sin darse cuenta de que están presenciando un juego de poder que se encuentra muy alejado de los brindis. En particular, Catalina siente el peso de saber que no puede dejar de sonreír mientras mide cada paso del juego, cada palabra, puesto que un gesto equivocado podría ser tomado como una prueba de debilidad, y en este universo, la debilidad es un lujo que nadie se puede permitir.
Por su lado, entre los sirvientes, el ambiente que culmina en resentimiento reprimido llega a su culmen, pues Petra ha llevado su exigencia al extremo, y algunos empiezan a preguntarse cuántos años más van a estirarlo, la fiesta podría ser la escena de una rebelión silenciosa, o la batalla de alguien que por fin se atreve a romper las reglas.