La importancia de la decisión no escrita y un secreto a medias marca el ritmo del próximo capítulo de La Promesa. Manuel se encuentra atrapado en una situación, en la que debe decidir si lee o no la carta que Cruz le hizo llegar. Mientras tanto, la casa se prepara para una celebración que va más allá de lo protocolario; es un lugar donde las ambiciones, los errores y las lealtades se ponen a prueba. Adriano y Catalina clavan un legado, pero son pequeños detalles los que acaban por hacer tambalear el ya frágil estado de equilibrio establecido.
1LA «LIBERADORA» CARTA DE CRUZ

Manuel ha reconvertido la carta de Cruz en un objeto maldito en La Promesa. La niega, la observa de forma displicente, la oculta y la vuelve a mostrar, como si el papel en sí mismo ardiera en sus manos. Y su indecisión no es efectista: él sabe que en ese sobre puede estar la clave para desvelar el pasado de Jana, la culpabilidad o inocencia de Cruz, y su propia solicitud de complicidad en una mentira que ha saldado la vida de víctimas inocentes.
El hecho de leerla puede significar asumir una verdad que podría quebrar su existencia. Pero ignorarla es abocarse a vivir en la incertidumbre, con la sombra de Jana atrincherada detrás de algún objeto, acechando cada uno de sus pasos. El avance del capítulo deja entrever que Manuel, por fin, podría atreverse a tomar una decisión. ¿Es la hora de asumir las consecuencias incobrables de sus acciones, o bien va a continuar escondiéndose tras su tozudez?
La carta, empero, también es otra cosa. Podría serlo en cuanto que podría contener lo que ocurrió durante la noche en que murió Jana, en cuanto que podría revelarle quién fue el que estuvo realmente detrás de todo. Si Cruz es inocente, como dice Curro, Manuel habrá estado, pues, en el fondo, sufriendo angustia y malestar durante meses por una mentira.
Mientras tanto, el hecho de no ir a la fiesta de Lisandro no es simplemente un acto de insubordinación, sino un síntoma del propio aislamiento, la barrera que él levanta cuando no puede soportar las miradas que lo acusan en un silencio colmado de reproches. Su tragedia personal, su lucha personal, contrasta con la superficialidad de las preparaciones, donde Petra no escatima esfuerzos en exigir.
Pero aun en la reclusión en la que parece empeñado Manuel, dicho encierro no es del todo absoluto. Las paredes de su habitación atesoran ecos de conversaciones ajenas, fragmentos de verdades que podrían empujarlo a la acción. El tiempo pasa: mientras el reloj avanza, la hora de la fiesta se aproxima y la carta puede llegar a él de forma irreversiblemente definitiva.