La Promesa se ha ido convirtiendo en una de las series de época más cautivadoras del panorama televisivo actual a partir de sus primeros capítulos. La serie, con una narrativa absorbente, personajes muy bien construidos y una narrativa en la que se entrelazan drama, suspense e incluso emociones a flor de piel, ha sido capaz de sorprender a la audiencia. El capítulo 622 en emisión, que podrá verse este 24 de junio, será uno de los más intensos hasta ahora.
3ENTRE CARTAS Y MÁSCARAS

Mientras el servicio trata de contemplar disputas y misterios, en la esfera noble de la corte brotan otros tipos de conflictos de la clase del que es más sutil, pero igualmente importante: Catalina, decidida a no dejar nada al azar, se entrega a los preparativos para la gran fiesta. Aquella fiesta, que debería ser un despliegue de elegancia y ostentación, no pretende sólo entretener sino que, además, hace que Catalina quiera que Adriano sepa y esté a la altura de las exigencias y normas sociales, llegando incluso a someterlo a unas duras sesiones de entrenamiento.
El joven no lo tiene fácil: cada paso que dé, cada gesto que haga, cada palabra que pronuncie será sometida a la lupa de los asistentes. Catalina sabe que la exposición también conlleva el riesgo de un error, pero su propia imagen está en juego. El proceso de formación es durísimo, pero, a través de él, permanece al descubierto la diferencia entre aquellos que nacen con un apellido y aquellos que tienen que ganárselo.
Manuel vive, en su intensidad, su propio tormento particular. Su madre le envía una carta que resulta enigmática. La misiva llega al palacio y provoca en él una gran perturbación. El contenido de la carta queda por desvelarse, sin embargo, su reacción hace pensar que se trata de algo de una gran trascendencia o, al menos, de importante carga inesperada. Desconcertado ante las palabras de su madre y sin hacerse ninguna opinión de ellas, acude a Rómulo en busca de consejo.
La interrelación entre ambos (Rómulo no es otro que el el consejero del príncipe), se ha ido forjando a través del respeto y de la confianza y ello da pie a su conversación íntima con la que mezcla el pasado familiar y las expectativas, hasta entonces, pesadas en su relación mutua. La carta en cuestión no es todo lo que le preocupa. La carta no es su único tormento. Manuel teme que la fiesta grande que le preparen pues resulta especialmente significativa, es, sin embargo, en palabras suyas, la fiesta de su honra, que la fiesta grande que le preparen en su honor, sirva, en el fondo.
Esa posibilidad de una esposa «adecuada» (la llegada de una mujer casadera) lo inquieta profundamente. La presión social, el peso de la familia (linaje), las decisiones ajenas tomadas sin su consentimiento, todo ello lo introduce en un torbellino de una dependencia larga y difícil entre él mismo y las apariencias. Al final, ¿hasta qué punto es capaz de sacrificarse a sí mismo por las apariencias publicas?.