sábado, 14 junio 2025

Inversión de impacto social, las finanzas que transforman el mundo

  • La Cátedra de Impacto social de la Universidad Pontificia Comillas-ICADE, de la que MAPFRE es patrocinadora, estudia el potencial y los retos de la inversión con este enfoque, que puede ser una herramienta clave para el desarrollo sostenible, pero es un campo en el que aún hay mucho por hacer.

En un mundo con grandes desafíos sociales y medioambientales, la inversión de impacto social se presenta como una poderosa alternativa para hacer del sistema financiero un motor de cambio positivo. Esta modalidad de inversión, que combina la rentabilidad económica con la intención de generar un impacto social o ambiental medible, ha ganado protagonismo en los últimos años. Sin embargo, su potencial aún está lejos de ser plenamente aprovechado, como apunta un reciente informe elaborado por la Cátedra de Impacto Social de la Universidad Pontificia Comillas, elaborado en el marco de la 4ª Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo (4FfD).

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La inversión de impacto no es una idea nueva, pero ha cobrado fuerza en la última década como respuesta a la creciente necesidad de financiar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). A diferencia de otras formas de inversión sostenible, que pueden limitarse a excluir sectores controvertidos o aplicar criterios ESG, la inversión de impacto se define por su intencionalidad: busca activamente generar un cambio positivo y medible en la sociedad o el medio ambiente. Esto puede materializarse en proyectos que promuevan la inclusión financiera, el acceso a la educación, la salud, la igualdad de género o la protección del medio ambiente, entre otros.

El informe destaca que, aunque los flujos de inversión de impacto han crecido de forma sostenida, siguen siendo insuficientes para cerrar la brecha de financiación de los ODS. En 2022, los activos gestionados bajo esta modalidad superaron los 1,1 billones de dólares a nivel mundial, pero la mayoría de estos recursos se concentraron en países desarrollados, principalmente Estados Unidos, Canadá y Europa Occidental. Solo una pequeña fracción llegó a regiones como el África subsahariana, donde son más necesarios. Esta disparidad refleja uno de los principales retos del sector: la alta percepción de riesgo que enfrentan los inversores al operar en contextos de bajos ingresos o con alta volatilidad económica.

El informe también apunta a los factores que limitan la movilización de capital privado. Entre ellos, la falta de datos fiables para evaluar el impacto, la escasa disponibilidad de instrumentos financieros adaptados a las necesidades locales, y la dificultad de acceder a financiación en moneda local. Además, muchas pymes, especialmente en países en desarrollo, no pueden absorber los grandes volúmenes de inversión que suelen manejar los fondos internacionales, lo que las deja fuera del radar de los inversores, un fenómeno de oportunidades desaprovechadas conocido como missing middle.

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Fuente: iStock

Una hoja de ruta para soluciones más efectivas

Frente a estos desafíos, desde la Cátedra de Impacto Social con la que MAPFRE colabora se proponen tres líneas de acción estratégicas:

  • Utilizar de forma más efectiva los instrumentos de reducción de riesgo, como las garantías o los tramos de primeras pérdidas, que ofrecen una mayor seguridad, especialmente en contextos de alto riesgo.
  • Invertir en el fortalecimiento de los ecosistemas locales de inversión de impacto, promoviendo la inversión en moneda local, el desarrollo de capacidades y la participación de actores locales.
  • La necesidad de consensuar estándares de medición y gestión del impacto, para mejorar la transparencia, evitar el impactwashing (la simulación de impacto sin resultados reales) y facilitar la toma de decisiones por parte de los inversores.

El paper también subraya la importancia de enfoques innovadores y colaborativos, como el papel de los fondos de fondos que invierten en gestoras locales, alianzas entre fondos soberanos para impulsar estrategias regionales o iniciativas lideradas por ONGs y entidades filantrópicas que, gracias a su conocimiento del terreno, pueden llegar a comunidades desatendidas con soluciones adaptadas a sus realidades.

“Estas experiencias demuestran que es posible combinar capital paciente con impacto transformador, y que el éxito de la inversión de impacto no depende solo del volumen de recursos movilizados, sino también de su calidad y alineamiento con las prioridades locales”, afirma el director de la Cátedra de Impacto Social de la Universidad Pontificia Comillas-ICADE, Carlos Ballesteros.

La 4ª Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo “está generando grandes oportunidades y expectativas para, en un momento de máxima convulsión e incertidumbre geopolítica, reivindicar el papel de la inversión de impacto y la colaboración público-privada en el desarrollo sostenible e inclusivo”, apunta Ballesteros.

Pero para que se cumplan las expectativas, es necesario un cambio de enfoque. No basta con atraer capital: hay que diseñar estructuras financieras que respondan a las necesidades reales, fomentar la colaboración entre actores públicos y privados, y garantizar que el impacto generado sea tangible y verificable.

“La inversión de impacto representa una oportunidad única, pero su crecimiento no solo depende de la voluntad de los inversores, sino también de la capacidad de los gobiernos, instituciones financieras y sociedad civil para crear un entorno propicio, transparente y colaborativo”, concluye Ballesteros. Si se logra este equilibrio, la inversión de impacto puede convertirse en una palanca decisiva para construir un futuro más justo e inclusivo.


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