En los últimos días, algunos perfiles en redes sociales y ciertos medios han intentado agitar la idea de que el estadio Riyadh Air Metropolitano comienza a generar rechazo entre sus vecinos por los conciertos celebrados este verano. Sin embargo, los hechos desmontan esa narrativa: desde su inauguración como recinto multiusos en 2018, el Metropolitano no ha recibido una sola denuncia vecinal relacionada con eventos musicales.
Una realidad radicalmente opuesta a la del remodelado Santiago Bernabéu, que en su primer año completo con conciertos tras su nueva etapa como recinto de macroeventos ha generado una oleada de protestas vecinales, decenas de quejas por ruidos, problemas de movilidad, acumulación de residuos y cortes prolongados de calles que han entorpecido la vida del barrio. Asociaciones vecinales, partidos políticos e incluso instituciones como la Junta Municipal han reclamado medidas para limitar los efectos adversos del estadio.
Solo en 2024, año en el que se reinició la actividad de conciertos tras la remodelación del Santiago Bernabéu, el Ayuntamiento de Madrid ha tramitado 24 sanciones por un valor total de 2,6 millones de euros por superar los límites de ruido establecidos en la normativa municipal. Además, en apenas tres conciertos –los de Taylor Swift, Karol G y Duki– se acumularon cerca de 400 denuncias vecinales, tras alcanzar niveles de hasta 95 decibelios, muy por encima del máximo legal permitido.
Uno de los episodios más significativos se dió con los conciertos de Taylor Swift. Durante las dos noches consecutivas, se superaron los niveles máximos de decibelios autorizados por la Comunidad de Madrid. La Policía Municipal redactó informes por infracciones acústicas y el Ayuntamiento admitió públicamente que se estaba evaluando endurecer los requisitos para futuros eventos. Además, los cortes de tráfico afectaron gravemente a la movilidad de la zona, generando tensiones con los residentes, especialmente en calles como Concha Espina y Padre Damián, que quedaron bloqueadas incluso en los días previos a la celebración de los conciertos.
En el caso del Metropolitano, la realidad es radicalmente distinta. Los dos conciertos de Ed Sheeran celebrados hace unos días se saldaron sin incidentes ni denuncias. De hecho, todas las mediciones acústicas realizadas en los puntos residenciales más cercanos se mantuvieron por debajo de los límites legales y la intervención puntual del Grupo de Infracciones Acústicas, a petición de dos vecinos, confirmó que no se infringió ninguna norma y por tanto, no se emitió acta alguna.
Desde su apertura como recinto de conciertos en 2018, el estadio Metropolitano ha acogido 47 eventos musicales sin haber recibido ninguna sanción ni denuncia vecinal. Cero. Una trayectoria que contrasta con la conflictividad que ha rodeado desde el inicio al Bernabéu en su faceta como nuevo espacio de macroconciertos.
Frente a esta evidencia, la polémica parece tener más de construcción artificial que de malestar real. Todo comenzó con la difusión de un vídeo en redes sociales grabado en las inmediaciones del estadio, no desde una vivienda. En él se escuchaban de fondo acordes del concierto, y fue amplificado por cuentas con vínculos evidentes al entorno del Real Madrid, según han detectado varios analistas digitales.
La supuesta ola de indignación no ha tenido apenas recorrido fuera del ámbito virtual. A falta de una respuesta social espontánea, ha irrumpido en escena Virgilio Mata, que junto a tres personas más ha intentado asumir el papel de portavoz vecinal. Sin embargo, este autoproclamado “abanderado” del descontento carece de representatividad real, y su narrativa no ha calado entre los vecinos, que llevan años conviviendo con el estadio sin conflictos.
La diferencia no es anecdótica ni casual. El Metropolitano fue concebido desde cero como un estadio de nueva generación, con un diseño urbano que prioriza el bienestar vecinal y la funcionalidad logística: ubicado en una zona con baja densidad residencial, rodeado por autopistas en tres de sus cuatro flancos, a 480 metros de las viviendas más cercanas, con más de 4.000 plazas de parking propias, con una fan zone perimetrada que absorbe a los asistentes y con protocolos bien definidos de entrada y salida para grandes aforos. Todo ello permite absorber con fluidez los picos de afluencia sin colapsar la movilidad ni generar molestias en su entorno.
En contraste, el Bernabéu, a pesar de una moderna remodelación en la que ha invertido cerca de 2.000 millones, sigue anclado en un entramado urbano densamente poblado, delimitado por calles estrechas y viviendas a menos de 50 metros, sin espacio suficiente para zonas de carga, descarga o limpieza eficaz, y más allá de los problemas del ruido, sin apenas margen de maniobra para gestionar grandes eventos sin invadir el espacio público.
La comparación entre ambos estadios no resiste el mínimo análisis técnico ni ciudadano. Mientras uno ha generado problemas reales, documentados y reiterados, el otro ha sido blanco de una maniobra orquestada para crear la ilusión de un conflicto vecinal inexistente. En San Blas-Canillejas no hay protestas, sino convivencia. Y si algo molesta, no es el sonido de un concierto puntual, sino el intento de instrumentalizar a un barrio para intereses ajenos.